Nueve

2.1K 72 0
                                    

Al día siguiente la rutina volvió a mi vida. Sin embargo, no me sentía como siempre. Había amanecido con Daniela en mi pensamiento, no dejaba de pensar en ella y en lo que estaría haciendo en este momento.

Cuando Laura bajó por la avenida, miré en dirección a la calle de Daniela con la esperanza de poder verla o adivinar cual de todas sería su casa. Pero no tuve suerte, no había rastro de ella ni de su coche.

Busqué la hora en el reloj, eran las ocho menos cuarto de la mañana. Perfectamente podíamos haber coincidido, ella también entraba a las ocho y tendría que tomar la avenida en la misma dirección que nosotras para llegar a la clínica. Me fijé en los coches de alrededor y agudicé la vista en el horizonte, por si se hallaba metros por delante. Laura se desvió poco después hacia la facultad y perdí la esperanza de encontrarla en alguno de los coches que nos rodeaban.

El día transcurrió lento y pesado. Aunque me gustaban las clases, y sobre todo las prácticas en el hospital, me sentí inquieta ante la incertidumbre de cuando volvería a verla. La tarde anterior no me atrevía pedirle su número y ella tampoco preguntó por el mío. Había memorizado el teléfono de su casa, pero lo consideraba demasiado personal como para marcarlo.

A las seis de la tarde, mientras cambiaba la bata blanca por el abrigo, me sentí triste. Hacía ya dos horas que Daniela había salido de trabajar y posiblemente se hubiera acercado a su local de la costa. durante unos instantes, la idea de preguntarle a Laura si me llevaba en coche hasta Kray pasó por mi cabeza, pero desistí cuando imaginé la cara que podría poner Daniela si me veía aparecer por allí acompañada por otra chica. Y tampoco quería revelar la parte de su vida que quiso compartir conmigo.
Me senté en el coche resignada a volver a casa, como lo hacía casi todas las tardes de entresemana antes de que ella apareciera en mi vida. A dos manzanas de mi casa estallé.

— ¡Laura, necesito decir que voy a estar contigo! – espeté.

— ¿Daniela? – peguntó con la mirada fija en el coche que teníamos delante.

— Sí.

— ¡No me digas que vas en serio con esa mujer!

— Sólo necesito verla.

— ¿Qué edad tiene María José? – se detuvo ante un semáforo rojo y me miró.

— No lo sé. – mentí. – No se lo he preguntado.

— ¿Y ella sabe que edad tienes o tampoco te lo ha preguntado? – me escudriñó con la mirada y sonrió ligeramente. — ¿Te das cuenta dónde te estás metiendo?

— No ha pasado nada. – me defendí – Lo último que necesito es un sermón.

— Pero tú quieres que pase.

— Sí, pero ella no.

— Pues pasará.

— Lo dudo, ella no quiere. – soltó una carcajada antes de poner el coche en movimiento de nuevo.

— Para no querer nada te ve muy a menudo. – sonó como si se rindiera — ¿Dónde te dejo?

— Sé lo que estás pensando. Si hubiera querido acostarse conmigo podría haberlo hecho ya. Te aseguro que se lo he puesto muy fácil. No quiero que pienses lo que no es.

— Yo no he dicho nada. Tranquila, en absoluto pienso que sea una pervertida.

— ¡Dios, Laura! ¡Por supuesto que no lo es!
Me puso la mano sobre la pierna.

— Anda no te enfades. ¿Dónde te llevo?

— A casa por favor.

— ¿No querías ir a verla?

Amor ClandestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora