Las dos semanas siguientes transcurrieron con demasiada normalidad, para sorpresa de Daniela. En repetidas ocasiones me había preguntado si estaba bien, y aunque no lo estaba siempre afirmaba que sí. Me había propuesto dejar de revelar mis sentimientos, a pesar de que mi corazón se desbocara cada vez que aparecía frente a mí y mi cabeza no dejaba de pensar en ella. Tan solo una vez no pude evitar decirle que tenía una sonrisa preciosa. Ese extraño distanciamiento que yo misma me había impuesto me estaba deprimiendo. No sabía cómo iba a ser capaz de vivir cuando saliera de allí y ya no pudiera verla todos los días.
A mediados de enero mi madre regresó al trabajo, solía marcharse por las mañanas y regresaba para la hora de comer, fue entonces cuando Daniela comenzó a visitarme. No estaba segura de sí lo hacía por que mi madre se lo había pedido o porque ella quería hacerlo. Jamás se lo pregunté. Temía que la respuesta tuviera más que ver con mi madre que con su propia voluntad. Nunca más volví a cruzar la línea manifestándole lo que sentía por ella o incomodándola con mis halagos. A veces, me sorprendía contemplándola desde el silencio, pero tan pronto como me descubría apartaba mi vista.
La noche antes de que me dieran de alta mi madre y Juan Carlos invitaron a Daniela y Lucía a comer en casa como agradecimiento, ella se adelantó a Lucía y declinó en nombre de las dos la invitación. No quería que pensara que había sido idea mía.La mañana del lunes 1 de febrero me sentía más triste que nunca. El doctor Ruíz había aparecido a primera hora de la mañana, con todos los informes en orden para entregar a mi madre, también nos proporcionó varios tubos de pomada que debía seguir aplicándome hasta la total desaparición del hematoma. El color negro había comenzado a disiparse, pero aún mantenía diversas tonalidades de morado en el tórax.
Le acompañamos hasta su despacho, que se encontraba un par de pisos más abajo. Allí me retiró el yeso de la mano derecha, todavía tenia que llevar cuatro semanas más el de la izquierda y ocho el de la pierna.
En mi camino hacia su despacho busqué a Daniela, pero no la vi, y tampoco en el camino de vuelta a la habitación. Me senté en el sofá mientras mi madre terminaba de recoger todas nuestras pertenencias. Después de treinta y siete días viviendo en aquella habitación habíamos conseguido acumular bastantes cosas. Eché un último vistazo a la habitación y después miré detenidamente la cama dónde había yacido tantas horas. Se me llenaron los ojos de lágrimas, en aquella cama había comenzado todo. Todo lo que me había hecho feliz y, en otras ocasiones, como en aquel momento, infeliz. Me sobresalté al percatarme de una figura bajo el marco de la puerta.
— ¿Te he asustado? – preguntó Daniela con su atrayente sonrisa y su impecable uniforme blanco.
— No. – agaché la cabeza para que no me viera la mirada humedecida.
Pensaba que no estaba en el hospital. Eran casi las doce de la mañana y no la había visto aún. La noche anterior nos despedíamos de Lucía, dando por hecho que en mi último día loas turnos se mantendrían como de costumbre. Sin embargo, aquella mañana solo el doctor Ruíz hizo acto de presencia.
— Te ha quitado el yeso. ¿Qué tal lo tienes?
— Bien. – respondí mostrándole la mano mientras mantenía la mirada clavada en el suelo, tratando de que no resbalara ninguna lágrima. – La siento muy ligera.
Caminó hacia mí y saludó a mi madre. Se agachó para quedar a mí altura y me cogió la mano. La examinó durante unos instantes y me rodeó el pulgar suavemente con un leve masaje.
— ¿Puedes moverlo bien? ¿Te duele?
— No, está perfecto, mira. – dije abriendo y cerrando la mano al tiempo que mi madre me avisaba que bajaba a guardar las cosas en el coche.
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Amor Clandestino
FanfictionMaría José es una chica aparentemente normal, sin embargo a sus 17 años ya se encuentra estudiando la carrera de medicina. Sin sospecharlo su vida está por cambiar cuando un no tan desafortunado accidente la lleva a convertirse en la paciente de la...