Huérfano y sin nadie con quien conectar, Nathanael solo cuenta con la compañía de su vieja camioneta y la voz de su conciencia.
Resignado a vivir en soledad, descubre que su verdadera naturaleza le tiene preparados otros planes. Nate se embarcará en...
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Siempre era lo mismo, el típico olor a sangre y humo, la cálida luz de unas cuantas velas, el frío que atravesaba cada una de sus terminaciones y por supuesto, no podía faltar el filo del cuchillo rasgando su cuello; era una daga delgada con mango de hierro negro e incrustaciones de rubíes, al igual que la armadura que vestía quien la portaba.
Apartar su mirada de los oscuros ojos del demonio que amenazaba su vida era imposible, por más que lo intentaba, Camille siempre se encontraba perdida en esos dos hoyos negros, portadores de pequeñas estrellas verdes tan chispeantes como fuegos artificiales, pequeños universos que daban la bienvenida a su oscura alma; aquellos ojos eran los más hermosos y al mismo tiempo los más terroríficos que ella había visto en su vida.
La ausencia de la sonrisa perturbadora que el demonio siempre lucía era algo que le brindaba un poco de esperanza, se notaba que tomar su vida no era algo que fuera a disfrutar. Sobre la ceja derecha del espeluznante hombre, reposaba una peculiar cicatriz que atravesaba casi la mitad de su rostro y que parecía palpitar con cada una de sus respiraciones.
—Por favor, no lo hagas..., sé que estás allí dentro, sé que puedes luchar contra esto —la voz de Camille era apenas un susurro, estar frente a su imponente presencia inmovilizaba todos sus sentidos, ni siquiera supo cómo tuvo el valor para suplicar.
Por su mejilla corrió una lágrima tibia que aquellos ojos negros observaron detenidamente; el asesino meneó la cabeza con fuerza como si intentara quitarse algún pensamiento de su mente.
—Pudiste tener el mundo conmigo —replicó con esa voz ronca, llena de odio y poder que despertaba escalofríos en cada una de sus terminaciones—, tuNate no podrá salvarte, ya es muy tarde —deslizó el cuchillo por su cuello sin contemplación y sin ninguna pizca de arrepentimiento.
Camille despertó de un salto, bañada en su propio sudor y temblando como niña pequeña. No era la primera vez que tenía esa horrible pesadilla, sin embargo, si era una novedad que la experimentara tres días seguidos.
Se hundió entre las cobijas, abrazándose así misma con toda la fuerza que tenía. Había pocas cosas capaces de despertar miedo en su interior y una de ellas, era esa premonición que con el tiempo terminó convirtiéndose en una de las pesadillas que más la perseguían.
Desde los cinco años, cuando los ancianos evaluaron su poder y Gaia le mostró una pizca de lo que sería su futuro, supo que algún día moriría en manos de un demonio de ojos negros. Gaia y el caos, no habían sido lo suficiente benevolentes con ella como para decirle cuando ocurriría o al menos, quien era ese hombre lleno de odio. «Si tan solo supiera que le hice...» pensó, removiéndose entre las cobijas muy consciente de que ya no podría volver a dormir el resto de la noche.
Aunque la verdad era que no importaban ninguno de esos pensamientos, el futuro no estaba grabado en piedra y podía cambiar según las decisiones que tomara, no obstante, la ansiedad y el terror siempre permanecían allí, acechándola en cada momento.