La danza entre el Caos y Gaia

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Al principio, cuando el Caos gobernaba en la Tierra, solo existía el desastre y la tragedia

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Al principio, cuando el Caos gobernaba en la Tierra, solo existía el desastre y la tragedia. Las bestias luchaban entre sí, sumidas en una nebulosa de odio e ira. La naturaleza se encontraba en un constante ciclo de destrucción, donde huracanes, terremotos, incendios y demás catástrofes naturales, se encargaban de arrasar con todo lo que las bestias olvidaran destruir.

A pesar de que toda forma vida y la Tierra misma pertenecían a Gaia, esta se encontraba en constante lucha contra el Caos. Todo lo que ella creaba, él lo destruía o transformaba a su antojo para satisfacer su sed de anarquía y sangre.

La lucha entre ambos entes primordiales parecía no tener un combatiente digno de ganar el conflicto. Porque por más que el Caos era muy poderoso y nacido para la guerra, no dejaba de ser imprudente e impulsivo; mientras que Gaia, siendo la madre de todo lo que ven nuestros ojos y poseedora de una fuerza ilimitada, resultaba un ser demasiado benevolente y sabio, incapaz de acabar con su enemigo a sangre fría.

Esa sabiduría es la que le hizo entender que ningún diamante nunca fue ni sería forjado sin presión. La Tierra necesitaba del Caos, no podía haber bondad sin tener una pizca de maldad. Entonces, después de pensarlo por mucho tiempo, encontró una solución.

Así fue como, en medio de la destrucción aparecieron, poco a poco, peculiares seres muy diferentes a las bestias que el Caos estaba acostumbrado. La curiosidad de estos recién llegados no tenía límites, así que no perdió tiempo en intentar seducirlos, poseerlos y enloquecerlos. Se los arrebataría a Gaia, al igual que cualquier otra bestia.

Sin embargo, estos seres no cedieron. No importaba cuantas palabras bonitas el Caos susurrara en sus oídos, o cuanto poder les inyectara en las venas. Las nuevas creaciones de Gaia eran incorruptibles, y no solo eso, sino que también, discretamente, transformaban cada gramo de odio que el Caos les proporcionaba en un poder nunca visto sobre la faz de la tierra.

Cuando por fin la oscuridad se retiró a sus trincheras y abandonó toda esperanza de conquistar a los nuevos seres, Gaia recuperó terreno para continuar con la segunda fase de su plan. Había ganado una batalla, más la guerra, apenas estaba comenzando.

A esa pequeña tribu de peculiares individuos les dio el nombre de Alfar; no fueron hechos a su imagen y semejanza, de hecho, estaban muy lejos de parecerse a ella. Eran criaturas humanoides, a simple vista muy parecidos a los hombres; con la excepción de que sus orejas eran muy puntiagudas y sus ojos, eran de colores muy llamativos.

Gaia esperó que los Alfar se acostumbraran a su entorno, se asentaran y descubrieran las pocas maravillas que había logrado proteger. Y tal como ella esperaba, los seres se enamoraron de la tierra y crearon un amor compasivo tan grande como el suyo. No tardaron mucho en preguntarse: ¿qué podían hacer para ayudar al mundo?

Fue allí cuando Gaia les reveló la razón de su existencia; ella no podía derrotar al Caos, ni siquiera mantenerlo bajo control, pero ellos sí. Poco a poco, los Alfar fueron distribuyéndose en secreto por cada rincón de la tierra, caminando entre las sombras y huyendo de la mirada vigilante del caprichoso Caos. Algunos comenzaron a dominar las mentes de los animales más débiles, mientras que otros lograban que la flora creciera en lugares inhóspitos y olvidados por la oscuridad.

Lo cierto era que cada uno de ellos había absorbido de manera distinta la oscuridad que el Caos les obsequió, pero al final, todos tenían el mismo objetivo: transformar el odio en amor. El cambio no fue inmediato, por lo que pasaron milenios para que el Caos se diera cuenta de los planes de Gaia. Sin embargo, cuando finalmente lo hizo, ya era demasiado tarde. Los Alfar gobernaban más de la mitad de la tierra y su población había crecido tanto que era imposible que las bestias les ganaran.

El Caos fue obligado a confinarse en lo profundo de los pocos seres que aún quedaban bajo sus redes, envenenando el corazón de cualquier animal, hombre o bestia que mostrara debilidad y que, por casualidad, se tropezara con él en el camino. Ahora su existencia solo se resumía a eso: arrastrarse entre las ruinas de lo que una vez fuera suyo y esperar..., esperar el momento perfecto para intentar recuperar su trono.


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Al borde del abismo | Trilogía: La torre más alta [Borrador] | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora