La cuerda se enroscaba en su brazo una y otra vez como si tuviera vida propia, sin embargo, todo el control lo mantenía Camille con sus agiles movimientos, justo cuando el filo del dardo iba a rozar su piel, ella lo hizo girar de nuevo.
Dio un saltito seguido de un disimulado arabesque, para que la cuerda se enroscara en su pierna con la elegancia de un reptil, luego con un giro rápido y sin mostrar ni una pizca de cuáles eran sus intenciones, arrojó el dardo directo a una de las vasijas de arcilla a su costado.
La cuerda se devolvió hacia ella como un boomerang, después de alcanzar su máxima longitud y fulminar a su objetivo, Camille consiguió enroscarla en su cuello y brazo con delicadeza, a medida que el dardo bajaba la velocidad para aterrizar sobre su pecho, sin siquiera causarle ni un rasguño.
Antes, usaba el dardo de cuerda para ordenar sus pensamientos y calmar su espíritu, pero ahora, cada vez que tomaba el arma entre sus manos no podía evitar recordar ese día que Nathanael la observó desde el balcón, por lo que le era inevitable danzar con una sonrisa en el rostro.
Se desenmarañó la cuerda de su cuerpo con agilidad y luego, retiró la liga de su cabello. Al dejar el dardo en el suelo, la paz que burbujeaba en su corazón se esfumó en un parpadeo cuando una desagradable sensación le invadió el pecho.
Ira, odio, rencor, desesperación y oscuridad, retorcían sus órganos sin son ni ton. Camille tuvo ese peculiar presentimiento de que no hace mucho había sentido algo parecido, pero no recordaba donde ni con quien, hasta que vio la figura de Nate corriendo en dirección al establo.
No había duda de que eran sus emociones, sin embargo, algo no estaba del todo bien. Todo ser vivo tenía cierto tipo de huella, aunque solo los empáticos estaban conscientes de ello. No importaba si un empático estaba en una habitación con los ojos vendados en medio de veinte personas deprimidas, con facilidad podría diferenciar cada una de ellas y saber quiénes eran, solo en caso de haberlas conocido antes. Camille ya estaba más que familiarizada con la huella de Nate y la que estaba sintiendo en ese momento, no le pertenecía, si se le parecía, pero no era la misma.
Sin dudar ni un momento, Camille corrió tras él, pero su velocidad ni sus gritos fueron suficientes para detenerlo. Nathanael estaba tan cegado por esa oscura y espesa nube negra, que ni se percató de que casi la atropella con el caballo.
Camille intentó que aquel gesto no alterara su humor, no podía enfrentar a un demonio cuando ella misma podría ser el diablo. Refunfuñando, tomó su caballo sin mucho apuro, sabía que los soldados de la entrada no dejarían salir del monasterio a Nate sin autorización, hasta que un trueno se escuchó en esa dirección y un mal presentimiento la embargó.
Aceleró el trote de su montura para terminar lo más pronto posible con lo que sea que le estuviera ocurriendo a Nate, esperando encontrarlo cabreado en la entrada sin poder salir, no obstante, lo que la recibió en la entrada fue todo lo contrario a lo que esperaba. Sintió que alguien le había echado un balde de agua helado al ver las puertas abiertas de par en par, como si un tornado hubiera pasado entre ellas; fuego estaba disperso en los restos del camino y algunos soldados, se hallaban inconscientes contra la muralla mientras que uno solo caminaba con una mano en la cabeza y gesto perdido entre la devastación.
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Al borde del abismo | Trilogía: La torre más alta [Borrador] | #PGP2024
FantasyHuérfano y sin nadie con quien conectar, Nathanael solo cuenta con la compañía de su vieja camioneta y la voz de su conciencia. Resignado a vivir en soledad, descubre que su verdadera naturaleza le tiene preparados otros planes. Nate se embarcará en...