Huérfano y sin nadie con quien conectar, Nathanael solo cuenta con la compañía de su vieja camioneta y la voz de su conciencia.
Resignado a vivir en soledad, descubre que su verdadera naturaleza le tiene preparados otros planes. Nate se embarcará en...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La nieve cubría toda la superficie a la redonda, los árboles cuyas hojas hace semanas los habían abandonado, simulaban ser espectadores que cercaban el amplio prado donde Nate había caído. El silencio sepulcral solo se veía interrumpido por el chapoteo incesante del agua contra las rocas, proveniente de un riachuelo que era una sorpresa que aún no cediera ante el inclemente frío.
Hacían unos minutos que Nate había atravesado el portal, sin embargo, Miqueas seguía sin mostrar su rostro. La paranoia de creer que, durante todo ese tiempo su padre lo estuviera acechando entre las sombras, empezaba a carcomerlo por dentro.
—¡¿Me haces venir hasta acá para nada?! —gritó, obteniendo como respuesta su propio eco.
Estaba muy nublado como para poder orientarse con las estrellas y como no deseaba malgastar su caos para despejar el cielo, pateó un montículo de nieve al aceptar lo perdido que se hallaba. Sacando la espada de su vaina se dispuso a caminar en alguna dirección, la que fuera con tal de tener la esperanza de encontrar algo que lo ubicara en la zona.
Al caminar hacia el Este del prado, escuchó a lo lejos un murmullo de voces, fuera lo que fuera estaba bastante lejos y debía ser proveniente de una gran multitud..., tenía que ser el ejército de Miqueas. Siguió caminando en esa dirección, sin preocuparse en pensar lo que haría al encontrarse de frente con tantos enemigos, lo primordial era saber dónde demonios estaba.
—Yo siendo tú, no iría para allá —a sus espaldas, la voz de Miqueas lo detuvo en seco—. Aunque aprecio el entusiasmo, dudo que puedas vencer a tantos mestizos, sin contar el resto de mi gente —Nate se dio media vuelta para encararlo.
—Ya tienes lo que querías, aleja a tus tropas y deja en paz a Caledonia —Miqueas sonrió, caminando entre la nieve con las manos en la espalda.
—Tengo algo de lo que quería, más no es todo. Caledonia iba a caer, vinieras o no conmigo. Admito que hubiese sido más divertido sacarte de allí medio muerto, creo que eso te enseñaría a respetar a tus mayores.
—William no bajará el domo, pasarán días antes de que puedas atravesarlo —Miqueas se carcajeó.
—¿Crees que necesito que lo baje?, tengo con una cantidad exorbitante de alquimistas, sin contar los golems. El domo caerá antes del amanecer y Caledonia lo seguirá —las opciones de Nate se limitaban cada vez más.
Podía dar media vuelta y enfrentarse al ejército solo, sin embargo, en esa situación no importaría que tan poderoso o que tan hábil fuera con la espada, tampoco importaría su actitud física ni velocidad; la realidad era que los números no estaban a su favor, por más elfo de sangre que fuera, eran cientos contra él y sus esfuerzos por ayudar a Caledonia serian en vano, quizás algunos cayeran, pero no serían los suficientes como para marcar una diferencia.
Miró a su padre evaluando su segunda opción, él era poderoso, ya le había vencido una vez gracias a su inexperiencia y a la soberbia de la Voz, sin embargo, ahora sabía que esperar.