Huérfano y sin nadie con quien conectar, Nathanael solo cuenta con la compañía de su vieja camioneta y la voz de su conciencia.
Resignado a vivir en soledad, descubre que su verdadera naturaleza le tiene preparados otros planes. Nate se embarcará en...
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El área de enfermería de Caledonia no era un sitio muy frecuentado, al menos no por Nathanael. Desde que llegó al monasterio, sí que había recibido algunos cuantos golpes en los entrenamientos, pero no los suficientes como para acabar allí.
No le molestaba el olor a desinfectante, ni la ausencia de colores vivos en las paredes o las luces incandescentes, sin embargo, nunca había sido su meta conseguir una estancia prolongada en ese lugar.
Todo su cuerpo dolía, gritaba y se quejaba a pesar de que no podía moverse. Sentía que un gran peso reposaba sobre todo su ser; podría jurar que sus extremidades no estaban presentes, pero sí su mente. Estaba despierto, estaba vivo.
Alguien apretó su mano con suavidad, pero no importaba que tan delicado sea el tacto, su piel estaba tan sensible que incluso el roce de una pluma le dolería. Sus recuerdos estaban difusos tras una niebla oscura..., lo único que tenía claro era que habían ganado, todos estaban bien y era lo que más le importaba.
Quiso despertar, necesitaba hacerlo a pesar de estar agotado y adolorido, odiaba sentirse vulnerable, así que emprendió una batalla con sus párpados que simulaban estar cerrados a cal y canto.
—Shh —siseó la misma persona que tomaba su mano, intentando calmarlo.
Al cabo de unos minutos que se le hicieron eternos, logró abrir los ojos. La insoportable luz blanquecina lastimó sus retinas y tuvo que parpadear varias veces para poder adaptarse a ella. Apretaron su mano con más intensidad y cuando por fin pudo enfocar su visión, unos grandes ojos turquesa lo recibieron.
—Eres un grandísimo idiota, ¿lo sabías? —Nate sonrió a pesar de que hasta los dientes le dolían.
—C-cumples con recordármelo a cada rato... —por un momento no reconoció su propia voz, estaba ronca y grave por la garganta seca. Una fuerte tos lo invadió por el esfuerzo, quemando su garganta y haciendo crujir su pecho. Camille estaba sentada a su lado en la cama y sin pensarlo dos veces, le alcanzó un vaso con un popote y lo ayudó a beber de él. El líquido era agrio y nada gustoso—. ¿T-todos están bien?
—Cansados, adoloridos, pero todos están bien —respondió con una media sonrisa que demostraba más agotamiento que felicidad.
—¿No deberías estar descansando? —Camille se encogió de hombros.
—Ya tuve una semana para descansar —Nate arrugó el ceño al asimilar sus palabras.
—¿Pasé una semana dormido? —Camille clavó sus ojos en sus manos, que aun seguían entrelazadas a las suyas.
—Pasaste una semana en coma —comenzó a trazar un círculo con su dedo índice sobre el torso de su mano, jugueteando sin verlo a los ojos. Su toque, despertaba mil aguijones sobre su piel, pero hizo el esfuerzo por no demostrárselo, incluso en esas circunstancias agradecía cualquier mínima demostración de afecto que pudiera brindarle—. Pensaron que morirías..., los sanadores no se explican como sobreviviste a tanto poder... Me dijiste que, si algo salía mal, irías con los caballos. Me mentiste y casi mueres —gruñó, antes de clavar sus ojos vidriosos cargados de ira en él.