Capítulo XIV

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Las horas de comida en Caledonia eran algo más que sagrado para sus habitantes

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Las horas de comida en Caledonia eran algo más que sagrado para sus habitantes. Los desayunos no solo servían para iniciar el día con todas las energías, también los consideraban el momento perfecto para agradecer la llegada de un nuevo día y una nueva oportunidad. La mayoría de los almuerzos, parecían escenas inéditas de alguna película de apocalipsis zombi ya que la mayoría de los elfos, entrenaban en las mañanas y necesitaban recuperar energías, a esta hora las charlas eran escasas y el hambre arreciaba.

Las cenas siempre eran el momento ideal para ponerse al día con los acontecimientos, reforzar amistades y compartir experiencias. Si bien los elfos eran criaturas que requerían vivir en compañía de los suyos, no muchos de ellos llegaban a ser tan parlanchines como lo era Fate.

La pelirroja de corto cabello rizado, amaba cuando la noche caía y por fin podía ser ella misma. Hablaba hasta por los codos y escuchaba poco lo que los demás tuvieran que decir, no por egoísmo ni mucho menos egocentrismo, sino porque se emocionaba tanto con algunos temas que ignoraba que a sus amigos no le interesaban tanto sus palabras.

De vez en cuando, su verborrea era tanta que ya la mitad del monasterio la tildaba de rara y la otra mitad, se apartaba cuando ella se acercaba. Sus compañeros de escuadrón eran los únicos que la aceptaban tal cual era y, sin embargo, en muchas ocasiones sentía que solo la soportaban por el bien del equipo, ya que un escuadrón unido, era un escuadrón vivo.

Es por ello por lo que cuando Nate apareció en su vida, su mundo encontró un poquito más de color. La escuchaba en todo momento con tanta atención, que de verdad parecía que no importaba de que estuviera hablando igual le resultaría interesante. Entre ambos se desarrolló una bonita amistad de esas que no encuentras en muchos lados, donde no había ninguna otra intención oculta más que estar allí el uno por el otro.

Nate no era tan parlanchín como ella, pero siempre que Fate se emocionaba con un tema el chico sonreía e intervenía en donde pudiera o al menos, donde ella le permitiera; por su sonrisa o la cantidad de comentarios que agregara a la conversación, era como Fate había llegado a conocerlo.

Los días buenos, Nate se carcajeaba con alguna de sus ocurrencias o incluso llegaba a darle uno que otro empujón de hombros; los días en que la cosa no le iba muy bien, el chico se limitaba a asentir o emitir una especie de sonido rumiante cuando comía y los días grises, Nathanael viajaba a un sitio muy lejano donde muy pocas veces Fate podía alcanzarlo, tal cual ocurría en ese momento.

—Así de mal fue tu clase, ¿eh? —le preguntó Fate después de hablar por casi veinte minutos y no conseguir ni una leve mirada de reojo de su parte—. ¿Hola?, tierra a Nate —el aludido parpadeó varias veces y tornó su atención a ella, por supuesto no había escuchado nada de lo que dijo.

—Lo siento, ¿qué dijiste?

—Te preguntaba por tus clases, ¿qué tan mal te fue?

—Eh, de hecho, me fue muy bien, hice un tsunami —Fate lo miró con la boca entreabierta sin dar crédito a lo que había oído—. Fue pequeño y Camille me ayudó al final, pero pude manejar al mar por un breve momento —continuó, antes de que a Fate le diera una apoplejía por no obtener la historia completa.

Al borde del abismo | Trilogía: La torre más alta [Borrador] | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora