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Con el tiempo, Marcy fue descubriendo que ya casi podía controlar del todo sus inevitables miedos.

Cumpliendo 18 años, comprendió que no sólo podía escapar de los problemas, si no que tenía que enfrentarlos.

Así que se cambió de casa con su madre poco tiempo después de su cumpleaños, aunque no era muy lejos de su anterior hogar. Sasha y ella se seguían viendo muy seguido.

Ahora tenía una habitación más grande, y una pared lo suficientemente extensa para recrear el mural de los pingüinitos que había hecho hace dos años.

La vida le sonreía otra vez, y eso era bastante bueno. Sasha se sentía feliz, porque aquella chica de cabellos negros merecía todo lo bueno del mundo, y ella se encargaría de dárselo algún día; si Marcy quería la Luna, la Luna sería de ella.

La noche que Marcy terminó su pintura, invitó a Sasha a casa para que pudieran cenar juntas. La madre de la menor se encontraba trabajando para mantenerlas a ambas, así que la misma Marcy tuvo que hacerse cargo de la comida.

Hubo muchas risitas y besos de por medio.

Y cuando la baja le mostró su obra a Sasha, prácticamente estuvo a punto de llorar. Marcy sólo sonrió tímida.

La velada fue una maravilla para ambas, pero en un instante todo se volvió diferente.

Sasha no se dió cuenta de en que momento había comenzado a posar su mano bajo la tela del suéter de Marcy mientras se besaban en la habitación de la menor.

—Sasha... Detente.

Marcy respiró agitada unos segundos, no pudo evitar que los recuerdos de su trauma volvieran con sólo ese toque.

—Mar-Mar, no... Yo, perdón, no quería...

—Solo... Vamos despacio, ¿Bueno?. Aún estoy algo nerviosa.

Sasha asintió y en poco tiempo volvió a los labios de Marcy.

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Pasitos de Pingüino | SasharcyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora