Canción 1: Billete de vuelta a la capital

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Vacaciones.

Aquella palabra de diez letras podría definirse como la mejor palabra de todo el diccionario. Quizás no la palabra como tal, sino lo que significaba. No había nadie en el mundo al que no le gustaran las vacaciones. Para algunas personas significaba viajar, para otras ver a sus amigos y familiares, y para otras quedarse en casa. Sin embargo, para todas ellas las vacaciones eran sinónimo de descanso.

Bendito descanso.

Y aunque las vacaciones fueran lo mejor del mundo, no había nada peor como los últimos días de éstas. Ese momento en el que se acerca el día de volver al trabajo o a los estudios.

Para Alicia, Ali para los amigos, ese sentimiento de depresión postvacacional había llegado dos días antes de que sus vacaciones terminaran. Sin duda, volver a Madrid hacía más real la vuelta a la rutina.

¡Con lo bien que había estado en Valencia con su hermana y sus sobrinos!

Si hubiera tenido una máquina del tiempo habría retrocedido a ese momento tirada en la playa tomando el sol mientras las pequeñas gotas de agua salada se fundían con su piel. Sin embargo, no tenía una máquina del tiempo, ni una casa en la playa para quedarse a vivir allí.

No es que la vida de Alicia no fuera divertida. Adoraba Madrid y aunque trabajara a un ritmo frenético que ni las carreras de Moto GP, le encantaba su profesión. Pero la vida de uno siempre parecía más complicada una vez volvías del paraíso.

Tampoco entendía cómo podía estar tan cansada después de haber estado quince días como una croqueta rebozada de arena y haciendo castillos con los mellizos. Tampoco sabía cómo era posible que fuera a volver al trabajo más cansada de lo que había salido de allí.

Tiró la maleta en medio de la habitación y se tumbó de golpe en la cama. Miró el móvil. Tenía cientos de mensajes de sus amigos preguntándole cuánto iba a tardar. Otro motivo por el que arrepentirse de haber vuelto. ¿Por qué narices había quedado con ellos para cenar si estaba reventada? Fuera como fuese había quedado y tenía que arreglarse un poco si no quería parecer un despojo humano.

Buscó entre las pocas cosas que quedaban en su armario, pues media casa estaba metida en su maleta, y encontró un vestido largo veraniego que se había comprado hacía dos veranos. Era perfecto. Por supuesto, no podía faltar aquel par de converse blancas que la acompañaban durante todas las estaciones del año. Se recogió su pelo oscuro en una coleta para disimular un poco que lo tenía algo sucio y salió disparada.

—¡Ya era hora de que aparecieras, sin vergüenza! Ya pensaba que te habías convertido en una croqueta de arena y no ibas a venir, pero ya veo que no.

—¡Qué estúpida eres, Vera! —dijo sentándose en la silla que sus amigos le habían reservado. Observó la mesa y comprobó que estaba todo casi vacío—. Habéis arramplado con todo —se quejó.

—Llevamos tres rondas. Si hubieras llegado antes, habrías probado las deliciosas empanadillas de atún, pero... —dijo Raúl.

—He llegado tarde. Me queda claro. ¡Ah! ¡Tu pelo! —gritó al ver el cabello azulado de Clara.

—¿Te gusta? —preguntó pasándose los dedos entre varios mechones de su pelo corto.

—Me gusta. Te queda mejor que el rosa.

—¡Oye! Me dijiste que te encantaba el rosa —Alicia se echó a reír—. Está claro que no me puedo fiar de nadie.

—Éste te queda muy bien.

—Eso dijiste del rosa y mira...

Alicia le sacó la lengua.

—Bueno, cuéntanos, ¿qué tal la playa? —preguntó Vera, mientras alzaba la mano para llamar al camarero.

Veintisiete canciones de desamorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora