Canción 15: Olvidarte

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Madre mía. Llevaba dándole vueltas a lo que había hecho la pasada noche. Había besado a un desconocido. Pero ése no era el problema, pues lo había hecho otras veces, el problema era la razón por la que lo había hecho. Empezaba a pensar que Alberto tenía razón. Lucas la desestabilizaba, le hacía perder la razón.

Si no, ¿qué explicación había para lo descentrada que estaba últimamente?

Para colmo, el joven "sin nombre" le había pedido el número de móvil y le había escrito un mensaje. Y al parecer sí tenía nombre. Álex, así se llamaba. El muchacho quería cenar con ella esa misma noche, conocerla algo más que sólo sus labios. Vera se echó unas risas mientras le pedía el truco a Alicia para dejar tanta huella y tener a tantos chicos detrás de ella. A Alicia no le hacía ni pizca de gracia. No tenía la cabeza para añadir a otro hombre a sus problemas.

El problema número uno era Lucas. Como no. Cuando parecía haberlo superado, volvía para poner su vida patas arriba y encima quería darle una explicación que ella no quería escuchar o más bien no quería que le hiciera arrepentirse de haberlo odiado durante tres años.

El segundo era Alberto. Todavía no había conseguido arreglar las cosas con él. Habían discutido de la manera más estúpida. No podía creer que su amistad de tantos años se fuera al traste por una noche en la que los dos descargaron toda su rabia de vida contra el otro.

Y el último el tal Álex. Habría sido muy fácil rechazar su invitación, pero en el fondo sentía que le debía algo. Al menos una explicación o un rechazo. Quizás así conseguía olvidar a Lucas para siempre, pues como decía su hermana "un clavo saca otro clavo".

Pero no. El clavo de Lucas estaba sacado desde hacía años. Lo había tirado desde la Torre Eiffel de París para no traerlo de vuelta a Madrid. Allí se había quedado y allí debía seguir.

Vera le había dejado uno de esos vestidos que tenía catalogado como "despampanante", uno negro, a juego con su pelo. Se pintó los labios de rojo para poner algo de color a su look.

—¡Joder, estás guapísima! —dijo Vera al verla salir del cuarto de baño.

—¿No crees que voy demasiado arreglada?

—Nunca se va demasiado arreglada. Además, a ti te encanta ese vestido.

—Sí, pero es sólo una cena.

—Una cena con un tío guapísimo, así que no rechistes. Ve y no vuelvas a casa hasta que te lo hayas tirado.

—¡Vera!

—A no ser que te lo quieras follar aquí, en ese caso, vuelve con él.

Alicia puso los ojos en blanco, mientras se ponía el abrigo y caminaba hacia la puerta de casa.

—Me voy que me está esperando el Uber abajo —dijo mientras miraba el móvil.

—Quiero todos los detalles mañana.

—Que sí...

El conductor del Uber era muy simpático. Fue dándole conversación durante todo el trayecto. Algo que Alicia agradeció porque así, al menos, no tendría que pensar. No iba a negar que estaba nerviosa. No lo conocía de nada y todavía no sabía si era una mala idea haber aceptado aquella invitación. Pero al menos cenaría en un italiano muy bonito. Al menos ésa era la impresión que le dio la fachada.

Alicia tuvo que esperar un poco a que Álex llegara. Hacía una noche heladora. Ese frío seco tan singular de Madrid se coló hasta en sus huesos. Menos mal que el joven no tardó mucho en llegar. Había sido una buena elección ponerse ese vestido, pues él iba muy bien vestido. Lo miró de arriba a abajo y comprobó que era más guapo de lo que las luces del concierto le permitieron ver.

Veintisiete canciones de desamorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora