Canción 11: Cheesecake

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—¿Alicia? ¿Se puede saber dónde narices te has metido? —preguntó Vera entrando en casa.

Sabía por qué su amiga había salido corriendo e imaginaba que estaba en casa, pero la había dejado tirada allí, sin un coche ni cómo volver a casa. Sin embargo, la disculpaba, porque ella habría hecho lo mismo en su situación. Además, imaginaba que su amiga no estaría muy de buen humor.

Se acercó a la habitación de Alicia y se asomó con cuidado. Se encontró con la imagen que se esperaba encontrar al llegar a casa. Una Alicia completamente hecha una pena, llorando y con un moño que recogía su pelo. Lo que sí la sorprendió era que el portátil estuviera encendido junto a ella.

Vera no dijo nada, tan sólo se acercó y la abrazó. Alicia se aferró a ella con fuerza y sus lágrimas se fueron derramando sobre la blusa de su amiga.

—Veintisiete, Vera, veintisiete —dijo entre sollozos.

—¿Cómo? —Vera no entendía nada.

—Ha escrito veintisiete malditas canciones sobre mí.

—¿Cómo? —volvió a preguntar desconcertada.

Alicia se separó de su amiga y le extendió el portátil. Sorbió los mocos y se secó las lágrimas con el pañuelo, bueno más bien lo que quedaba de él, que le había acompañado desde que había derramado las primeras lágrimas. Vera miró el ordenador. La página de Spotify de Rafael Rodríguez estaba abierta con cada una de sus canciones y discos. Vera empezó a recordar las letras de alguna de las canciones que había escuchado una y otra vez y entonces, todo cobró sentido. Cada palabra, cada melodía, estaban escritas por Lucas sobre, por y para Alicia.

—¡No me jodas! —dijo en voz alta.

—Vera García, júrame que no tenías ni idea de que Lucas componía para Rafael.

—Te lo juro porque se me caigan las bragas aquí mismo y sabes que odio jurar —Alicia creyó en su palabra—. Sabía que Rafa no escribía sus canciones, pero ni loca me hubiera imaginado que Lucas andaba detrás de todas.

Alicia se levantó de la cama y empezó a dar vueltas por toda la habitación. Se llevó las manos a la cabeza, la misma que estaba a punto de estallar.

—Es que no me puedo creer todo esto. Después de tantos años. No sé a qué coño juega, Vera. Me dejó él, no entiendo por qué escribe todas esas cosas de que quiere recuperar a su amor, que se vean por última vez, que le dedique un último baile...

—Pues muy sencillo, porque es lo que siente.

—Pues que se joda. No tiene derecho. Te recuerdo que el que me dejó fue él. ¿Y ahora se arrepiente? Pues llega tarde, Vera, muy tarde —dijo tirándose encima de la cama.

Su pena se había esfumado y en su lugar había aparecido la ira. Sentía tanta rabia que, si Lucas hubiera estado en esa habitación, lo hubiera pegado hasta verlo sufrir, tanto como ella lo hizo por él.

—Ali, respira hondo —dijo Vera haciendo la respiración que Alicia siguió.

Ambas respiraron profundo varias veces, hasta que Vera vio a Alicia algo tranquila.

—Vera, no es justo —dijo más calmada.

—Lo sé, amor, pero él tiene derecho a expresar lo que siente, igual que tú lo haces.

—No, no es lo mismo. Él lo ha publicado a los cuatro vientos. ¿Has visto la cantidad de escuchas que tiene Rafael?

—Tú lo has dicho. Rafa. Nadie sabe que eres tú de la que hablan las canciones —Alicia se quedó callada por un instante, mientras su mirada se había quedado fija, perdida en la pantalla del ordenador—. ¿Y qué te ha dicho cuando has salido? Le vi salir detrás de ti.

Veintisiete canciones de desamorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora