Canción 5: Plan improvisado

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Alicia no había parado de darle vueltas a la idea que Vera le había colado en su mente. Quizás debería quedar con Lucas, tomar un café y ponerse al día de sus vidas. No iba a mentir. Tenía mucha curiosidad por saber cómo le iba todo, si continuaba escribiendo canciones, si vivía en Madrid o había vuelto a Segovia con su familia, si tenía novia... Esto último era lo que más le picaba. Y todavía se preguntaba por qué tenía ese interés en él.

Hacía tres años que lo suyo había terminado, bueno, que Lucas lo había terminado. Era cierto que después de estar diez años con una persona, era imposible borrar todo de golpe y porrazo, como también era imposible no tener un mínimo interés por ese chico que la hizo perder los sentidos, que la hizo sentirse tan querida, pero ella ya lo tenía superado, ¿verdad?

Recordó el momento en el que Lucas la dejó, quedándose en Madrid, mientras ella cogía un avión camino a París. Entonces, sintió esa punzada en el pecho como si fuera aquel día. Ese dolor que no lo desearía ni a su peor enemigo.

No.

No.

No.

Ese dolor lo superó.

Superó estar pendiente del teléfono esperando una llamada que le dijera que se arrepentía, que la quería y que volvía a por ella. Superó el no poder coger el móvil y escribirle un mensaje para contarle cómo le había ido el día. Superó todas las lágrimas que derramó por él. Y, sobre todo, recompuso aquel corazón roto en mil pedazos.

A la mierda aquella promesa que se hicieron. Eran unos críos cuando se prometieron aquello. "Ser amigos, pase lo que pase". Pero en esa promesa había una cláusula: "A menos que uno de los dos haga demasiado daño al otro" y estaba bastante claro que Lucas le había hecho mucho daño a Alicia. Así que eso invalidaba aquella promesa absurda.

Terminó de hacer aquella tarta que le había llevado casi todo el día por culpa de sus miles de pensamientos y se dirigió al vestuario para quitarse el uniforme.

Miró el reloj.

Eran las ocho pasadas. Era tarde, pero tampoco se dio demasiada prisa por salir. Se puso la cazadora y se miró en el espejo para retocarse el maquillaje. Aquellos vaqueros negros le quedaban de lujo y aunque su camiseta también era negra, sus converse blancas le daban un toque de luz.

—Ali —le llamó su jefe justo cuando iba a salir por la puerta del local—. ¿Puedes venir mañana por la mañana a echarme una manita con la tarta de chocolate? —Alicia suspiró.

No había cosa que más odiara que trabajar en fin de semana, cosa que le tocaba más a menudo de lo que deseaba. Algo bastante lógico, pues la mayoría de eventos, sucedían en fin de semana. Lo bueno era que entre semana tenía más de un día libre para poder descansar.

—Llevo todo el maldito día intentando hacer las bolitas de chocolate y soy incapaz. Sólo sería un rato. Es para el evento de la tarde y los dos sabemos que nadie maneja el chocolate mejor que tú... —aquello era lo más parecido a una súplica y un cumplido por su parte. Alicia no podía negarse, pues si ella le pedía un día libre, no solía negarse.

—Sí, claro. ¿A qué hora quieres que me pase?

—El evento empieza a las dos, así que con que estés a eso de las once es más que suficiente. Antes tengo que ultimar otros detalles.

—Perfecto. A esa hora estaré aquí.

—Genial, Ali. Te debo una.

—Unas cuantas —dijo la joven, mientras los dos salían del local.

Alicia miró a su alrededor para comprobar que junto a la acera sólo estaba aparcado el coche de su jefe.

—¿No has traído el coche? —le preguntó su jefe, mientras bajaba el cierre. Alicia negó con la cabeza—. ¿Quieres que te acerque al metro?

Veintisiete canciones de desamorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora