Epílogo

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—Hombre, por fin aparecéis. Puntuales como siempre —replicó Raúl—. Lo peor de todo es que vendréis en la moto y todo...

—Cállate, hombre. Sólo llegamos quince minutos tarde —contestó Alberto, mientras se acercaba al grupo agarrado de la mano de Alicia—. Además, Ali es la culpable.

—Tendrás valor... Si has sido tú el que ha tenido que subir a mi casa para cambiarte la camisa porque hacía mucho calor...

—Calla... —Alberto gruñó y le dio un leve beso en los labios a Alicia.

Los dos se separaron y se sentaron cada uno en una silla junto a sus amigos.

—Joder, habéis elegido la mejor mesa de todo el bar. Debajo del ventilador —dijo Alicia cerrando los ojos para sentir el frescor del aire. Aquel mes de julio estaba siendo el más caluroso de los últimos años.

—¿Qué creías? Somos los más listos del barrio —dijo Jaime.

—Porque nos tienen a nosotras. Ellos sólo han bebido cerveza y se están aprovechando del fresquito —dijo Vera.

—¿Qué desean tomar? —les preguntó el camarero.

—Dos cervezas con limón —pidió Alberto por los dos.

El camarero tomó nota y se marchó.

—Bueno, ¿y a dónde os vais de vacaciones? —preguntó Clara curiosa.

—A Mykonos, a tomar el sol —respondió Alicia.

—Joder, pues con lo rápido que cogéis el color los dos, vais a volver morenos no, lo siguiente.

—Eso es envidia, Vera...

—Ya quisieras, Castillo.

El camarero dejó los botellines de cerveza y se marchó.

—Ali, tenemos que hablar contigo —dijo Raúl muy serio.

Alicia dio un sorbo a su cerveza y miró a Alberto. El moreno la miró desconcertado, al parecer él tampoco tenía ni idea.

—Vera y yo hemos tenido una idea alucinante y queremos que formes parte de ella.

—Miedo me dais...

—Queremos crear una empresa organizadora de bodas.

—La idea sería que Raúl organizara las bodas, que tú te hicieras cargo de los pasteles y yo de los diseños de los vestidos —explicó Vera.

—A ver, es una idea y todavía hay mucho que pulir —dijo Raúl—. Nos faltaría contratar muchos otros servicios, por ejemplo, abogados o publicistas —guiñó un ojo a Jaime y otro a Alberto—, entre otros.

—¿Esta genial idea se te ha ocurrido mientras organizas tu boda?
—preguntó Alicia.

—Hombre, ¿tú sabes el dineral que se está llevando la organizadora que cogimos? —dijo Raúl—. Podría haberlo hecho yo y habérmelo ahorrado...

—Ay, calla —replicó Clara—. ¿Y lo tranquilos que vivimos? Quedan dos meses para la boda y vivo en paz. Eso no está pagado.

—Además, pronto habrá que organizar otra boda... —dijo Vera.

De pronto, mostró su mano y enseñó el anillo con piedras preciosas que adornaba su dedo anular.

—¡No!

—¡Ahhh!

—¡¿Qué dices?!

—¡Enhorabuena!

—Pero, ¿cómo? ¿Cuándo? —preguntó Alicia—. Te lo tenías bien callado, zorra.

—Pues fue la semana pasada —explicó Vera, mientras Alicia observaba el anillo con detenimiento—. Nos fuimos a pasar el finde a una casita que tenía un laguito y allí me lo pidió.

—Estoy flipando.

—Yo le ayudé a elegir el anillo. Soy ya todo un experto —dijo Raúl—. Cuando quieras te ayudo a ti también, Alberto —dijo levantando las cejas pícaramente. Alicia y Alberto se sonrojaron al escucharlo.

—Todavía tengo que asimilar que vas a ser el marido de Clara y no el mío, así que dame tiempo —bromeó Alberto.

—¿No me jodas que te va a costar tanto pedirle matrimonio como tardaste en besarla? —dijo Raúl.

—¡Pues entonces, moriremos de viejos! —se quejó Vera.

—Dejadnos vivir, que estamos muy bien así, ¿verdad? —le dijo Alicia a Alberto, mientras colocaba su mano sobre la pierna de él.

—Bueno, que nos hemos desviado del tema —dijo Raúl—. ¿Te apuntas a montar una empresa con la loca de Vera y el mejor organizador de eventos del mundo? —Alicia puso los ojos en blanco.

—¡Qué remedio!

—¡Oye! Así no te aceptamos... —Alicia se echó a reír.

—Claro que sí me apunto. Con vosotros voy al fin del mundo.

Todos levantaron sus botellines y brindaron por el nuevo capítulo que comenzaría en sus vidas.

Quizás alguien escribiría una canción sobre ello...

Veintisiete canciones de desamorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora