Canción 24: Canciones tuyas, mías y nuestras

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Dos semanas.

Ése era el tiempo que había pasado desde que había salido corriendo de Segovia. El mismo tiempo que llevaba sin saber nada de Alberto ni de Lucas.

Les había escrito el mismo mensaje a los dos pidiéndoles perdón y algo de tiempo para pensar y aclarar su mente. Sabía que necesitaban una respuesta más concreta, pero ni siquiera ella misma lo sabía, así que tampoco podía dársela. Ambos respondieron de forma educada y no volvieron a molestarla. Algo que, sinceramente, agradecía.

La diferencia entre ambos es que Alberto sabía todo lo que había pasado entre Lucas y ella y posiblemente sabría que necesitaba ese tiempo para decidirse entre los dos. En cambio, Lucas era ajeno a todo lo que había sucedido con Alberto.

Así que, llevaba dos semanas sin tener noticias de ninguno, sola consigo misma y sus pensamientos.

Aquella misma noche tenían el evento en el que Clara participaba como bailarina y se retransmitiría en televisión. Actuaría delante de varios artistas famosos y estaba muy emocionada por ello. Lo peor de todo es que se encontraría allí con Alberto y no sabía qué debía decirle. Todavía no tenía ni idea qué debía decidir o qué sentir, ni siquiera sabía qué ponerse, pero lo único que tenía claro es que no podía rechazar la invitación de Clara, así que tendría que enfrentarse a la realidad y a su amigo Alberto. Si es que aún lo era...

Había vaciado todo el armario, pero no había encontrado nada adecuado para aquella fiesta tan importante. Por suerte, su amiga era diseñadora y tenía un armario repleto de vestidos preciosos para cualquier tipo de ocasión. Le prestó el vestido negro corto con manga francesa, el mismo que Alicia había fichado desde hacía tiempo y que nunca había encontrado una buena ocasión para ponérselo. Se pintó los labios de color rojo y tras la aprobación de Vera, ambas se pusieron el abrigo y salieron de casa. Se montaron en el coche de Alicia, también conocido como Pitufi, y se encaminaron hacia la fiesta.

Vera estuvo todo el camino hablándole de lo emocionada que estaba de ver a muchos famosos, incluso intentó adivinar qué celebridades asistirían al evento. Alicia agradeció aquella conversación, pues al menos pensaba en otra cosa que no fuera en las miles de circunstancias en las que se podía encontrar con Alberto. Después de dar doscientas vueltas alrededor para encontrar un hueco en el que dejar a Pitufi, consiguió aparcarlo en una calle, algo alejada de dónde tenían que ir.

En la puerta, Jaime y Raúl las esperaban trajeados. El primero le dio un beso en los labios a Vera y el segundo parecía bastante nervioso. Posiblemente, estaba más nervioso que Clara. Alicia se percató de que Alberto no estaba, y se preguntaba por qué.

¿Era posible que no fuera al evento de su amiga, sólo porque ella fuera a asistir? Debería haber estado aliviada de aquello, pues así no tendría que enfrentarse a él, pero no podía evitar querer verlo, que fuera y saber cómo se encontraba el moreno.

—Alberto llega tarde, para variar... —dijo Raúl con ironía—. Así que vamos entrando, no quiero perderme ni un momento de la noche.

—Vale.

Alicia se sintió aliviada. Alberto estaba de camino. Quizás no estaba tan enfadado con ella. Aunque, sinceramente, lo dudaba. Seguro que sí lo estaba, pero la amistad para el joven era lo más importante, así que imaginó que, por una noche, Alberto dejaría a un lado su orgullo y su enfado con ella sólo para apoyar a Clara.

Cuando entraron, todos quedaron deslumbrados. Ninguno había estado en una fiesta tan imponente como aquélla. Había un escenario al fondo y por toda la sala había mesas altas redondas tipo cóctel, dejando espacio suficiente para poder moverse o bailar. El suelo era de cristal y estaba iluminado con una luz celeste, al igual que la barra, simulando el color claro del agua. Alrededor, paseaban camareros uniformados, con bandejas llenas de copas o pequeños aperitivos para que la gente los cogiera. Jaime y Raúl cogieron un par de copas de champán cada uno y le dieron una a Vera y Alicia. La música retumbaba por toda la sala, mientras que los cuatro buscaban una mesa en la que apoyar sus copas.

Veintisiete canciones de desamorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora