Canción 2: 09:28

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El despertador había sonado cuatro veces. Las mismas cuatro veces que Alicia lo había silenciado. Había dormido del tirón, lo necesitaba y estaba tan calentita que no le apetecía mover un solo músculo. El despertador sonó de nuevo. Maldita sea, se maldijo. ¿Por qué había puesto la alarma un sábado? Volvió a silenciarla y se giró hacia el lado contrario. Sin embargo, algo no la dejaba volver a dormirse. Algo la inquietaba.

De repente, se incorporó en la cama, quedándose sentada.

—¡Alberto! —gritó.

Miró su reloj de pulsera, pero bajo la oscuridad de su habitación no podía ver la hora. Nerviosa, buscó su móvil y encendió la pantalla. Cerró los ojos al notar cómo el brillo la deslumbraba. Estiró la mano y cogió las gafas de la mesilla de noche.

—¡Joder! ¡Las nueve!

Alicia saltó de la cama. Subió las persianas y se miró en el espejo. Madre mía, tenía unas pintas horribles. Salió corriendo de la habitación y se encerró en el baño, mientras pegaba algún grito de desesperación.

—¿Estás bien? ¿Te ha dado un retortijón? —le preguntó Vera desde el salón, donde terminaba su taza de café.

—¡No! ¡Son las nueve!

—¿Y?

—Que Alberto llega en media hora.

—¡Hostia, Castillo! Pues vas como el culo.

—Gracias, Vera. No me había dado cuenta —dijo con ironía.

—A lo mejor se ha retrasado el vuelo.

—Búscalo, anda. Tengo el número del vuelo en una nota en la nevera.

—¡Voy! —gritó Vera desde el salón levantándose hacia la cocina.

—Joder, joder, joder —repetía Alicia mientras se metía en la ducha.

—¡No!

—No, ¿qué? ¡Vera, por favor, habla claro!

—Que no va con retraso. Va puntual.

—No me jodas.

Ocho minutos.

Ése fue el tiempo que tardó Alicia en ducharse. No había tardado tan poco en la vida. Se miró en el espejo y escurrió un poco el agua del pelo. No le daba tiempo a secárselo, ni a ponerse las lentillas, así que tendría que salir así. Por un instante, se arrepintió de no tener el pelo corto como Vera.

—¡Ahhh! —gritó mientras corría hacia su habitación sólo con la toalla puesta. Vera se echó a reír a carcajadas al presenciar la escena desde el salón. No es que pudiera juzgar a su amiga, ella era igual de desastre que Alicia, quizás por eso eran tan amigas.

Alicia cogió los primeros vaqueros que encontró en su armario y una camiseta de manga corta. Por supuesto, no faltaron sus converse blancas.

—¿Cómo voy? —le preguntó Alicia saliendo al salón, mientras buscaba con la mirada su cazadora vaquera y el bolso.

—Pues bien. Normal —Alicia levantó las cejas—. No sé qué quieres que te diga. ¿Que vas preciosa? Vas normalita.

—Idiota. Pero, ¿voy decente?

—Si te refieres a que si no pareces a una loca desquiciada que se ha levantado hace diez minutos, entonces sí, vas decente.

—Genial, pues me voy.

Alicia se acercó a darle un beso en la mejilla a su amiga y tras coger al vuelo la chaqueta y el bolso se dirigió hacia la puerta.

—Dale un besito a Castillo de mi parte y dile que se deje ver antes de que acabe el año.

Veintisiete canciones de desamorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora