Se despertó aturdida. No sabía dónde estaba, ni qué día era, ni la hora. Lo único que tenía claro es que parecía que había dormido casi un año entero.
Se levantó de la cama y subió las persianas. La clara luz del día le indicaba que no era de noche y que debía ser algo más tarde de las nueve de la mañana. Mientras se ponía una sudadera para combatir el frío, se dio cuenta de que tenía el escritorio hecho un desastre y que debería ordenarlo. Le echó un vistazo por encima y decidió que lo haría más tarde. Dio un par de pasos y de pronto, retrocedió para atrás. Miró el billete de avión y por fin recobró el sentido. Se dio cuenta del día que era, la hora y el momento exacto que estaba viviendo. Si quería llegar a tiempo, tenía que darse prisa.
Era experta en arreglarse y salir rápido de casa, pues lo de quedarse dormida le había pasado en más de una ocasión, pero aquella vez batió el récord. Puede que, si lo hubiera grabado, habrían publicado semejante hazaña en el libro de los récords Guinness.
—¿Se puede saber a dónde vas con esas prisas? —dijo Vera levantándose. A diferencia de Alicia, ella estaba todavía en pijama.
—Me tengo que ir.
—Ya, ya me he dado cuenta de eso. Pero, ¿dónde?
—¿Qué hora es? —preguntó Alicia, mientras daba vueltas por el salón, cogiendo todo lo que encontraba a su paso.
—Las diez menos veinte.
—Joder, es muy tarde —dijo entrando en la cocina y cogiendo un croissant, no quería desmayarse a mitad de camino, tenía una maratón que correr hasta llegar a su destino.
—Alicia, ¿se puede saber a dónde cojones vas?
—Al aeropuerto.
—¿Te vas con Lucas? —preguntó Vera, mientras se abrochaba la bata que se acababa de poner.
—Me voy.
—Ali, dime al menos...
Antes de que Vera pudiera acabar la frase, Alicia cerró la puerta de casa de un portazo.
Metió dentro del coche todas sus cosas. Todavía con el bollo en la boca, arrancó el coche a toda velocidad. Quizás por aquello sí que le daban un Guinness, por conducir a más de la velocidad que la capital le permitía. Aunque lo más seguro es que le pusieran una buena multa. Lo cierto es que le daba igual.
En la radio sonaba una de las canciones de Rafael Rodríguez. Alicia pensó que el destino se estaba riendo de ella en ese momento y aunque intentó cambiar de emisora, decidió que era más necesario pasar el semáforo en ámbar.
Por suerte, no había mucha gente y tenía bastante hueco en el que dejar el coche aparcado. Se bajó y echó a correr.
Hacía muchos años que no corría tanto, puede que desde que dejó el colegio y la Educación Física era obligatoria, pero tenía que llegar hasta la terminal cuatro lo antes posible, incluso aunque perdiera un pulmón por el camino. Un señor con un carro lleno de maletas casi se la llevó por delante, así que no tuvo más remedio que frenar. Le pidió disculpas, cogió un poco de aire y continuó corriendo. Mientras seguía con su carrera, se fijó en los carteles de las salidas de los diferentes vuelos. Esperó de todo corazón que el vuelo a Londres se hubiera atrasado un poco, pero para su mala suerte no era así.
Sólo tenía una opción: correr aún más (algo bastante difícil, a menos que se le saliera un pulmón).
Consiguió llegar a la zona de embarque y buscó con desesperación una cabeza rubia. Le había prometido que esperaría hasta el último momento, y Alicia anhelaba que el joven así lo hubiera hecho. Miró a lo lejos y vio a Lucas mirando el reloj y sujetando la maleta, mientras caminaba hacia la fila de gente.
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Veintisiete canciones de desamor
RomanceAlicia parecía tener una vida tranquila... Tenía el trabajo de sus sueños, los mejores amigos y sobre todo podía dormir por las noches en paz. Sin embargo, un funeral hace que se reencuentre con sus viejos amigos del campamento y su ex... Desde ese...