Canción 13: La verdad

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Salir con Alberto era algo que necesitaba y de lo que no se había dado cuenta hasta que terminaron de cenar muertos de risa. Hacía tiempo que no dejaba a un lado sus pensamientos por un rato. Cuando no estaba en casa dándole vueltas a su mente, estaba en el trabajo y allí pasaba bastante tiempo consigo misma, lo que le hacía pensar más y más.

Alberto tampoco había sido consciente de lo mucho que necesitaba salir. Pasaba la mayor parte del tiempo en la oficina, lleno de reuniones, solucionando problemas... y había descuidado su vida personal. ¡Por Dios! ¡Con lo que le gustaba salir! Había echado de menos salir con Alicia, reír y hacer el tonto. Con ella no hacía falta que fuera una persona seria, educada y responsable. Podía tomarle el pelo, hacer comentarios poco apropiados y hacer tonterías. Como, por ejemplo, irse a un bar y emborracharse hasta no ser capaz de dar dos pasos.

Y como los dos necesitaban tomarse varias copas, al menos hasta que no fueran muy conscientes de sus preocupaciones, se fueron a un pub a tomar cóctel tras cóctel, sin medir las apariencias.

Alicia tiró del brazo de Alberto para sacarlo a bailar, pero el joven se resistió. No le entusiasmaba bailar, se le daba fatal y a menos que se tomara otro cóctel, no saldría a hacer el ridículo. Alicia era lo contrario a él. Bailaba bastante bien, no a nivel profesional, pero si lo justo para no hacer el ridículo. Y como no tenía sentido del ridículo y le apetecía mucho bailar, ella caminó unos pasos hacia la pista de baile sin alejarse de Alberto y se puso a bailar.

Hizo varios pasos de baile bastante absurdos y Alberto no pudo evitar reírse.

—¡Vamos! No me dejes haciendo el ridículo sola.

Se acercó a su amigo y tiró de su brazo.

Alberto volvió a negar la cabeza. Alicia puso una mueca de tristeza y colocó sus manos juntas, mientras susurraba un "porfi" que Alberto pudo leer en sus labios.

La joven se dio la media vuelta para bailar, le daba igual hacerlo sola, pero Alberto, se quitó los zapatos, se bebió de golpe su vaso y salió tras ella a la pista sin que la morena se diera cuenta. No fue consciente de que el joven la había seguido hasta que le agarró de la cintura y la cogió en volandas haciéndola girar.

Bailaron juntos una, dos... infinidad de canciones, mientras que se tomaban más copas y cantaban a voz en grito. Cuando ninguno de los dos podía más, buscaron una mesa libre y se sentaron en un rinconcito con otro cóctel en la mano.

—La mejor idea que hemos tenido al salir de ahí, ha sido venir aquí.

—Y eso que no querías bailar, cabrón —dijo Alicia cogiendo la copa de la mesa y bebiendo un poco.

—¿Sabes el dolor de pies que tengo?

—No le eches la culpa a tus pies. Nunca quieres bailar.

—Cierto, así que imagínate el esfuerzo que he hecho por ti.

—¿Me debería sentir alagada?

—Deberías, señorita —dijo con cierto brillo en los ojos por culpa del alcohol—. No, en serio, hacía tiempo que no me lo pasaba así.

Hacía tiempo que Alicia tampoco se lo pasaba así de bien, posiblemente el mismo tiempo que había visto a Alberto algo apagado, pero aquella noche había recobrado la alegría en sus ojos.

—¿Cómo vas con la empresa? —le preguntó mientras dejaba la copa sobre la mesita baja.

Se giró un poco y apoyó el codo sobre el borde superior del sofá aterciopelado para mirar a su amigo a los ojos. Con suerte, el alcohol haría su efecto mágico y Alberto confesaría la verdad de cómo se sentía.

Veintisiete canciones de desamorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora