Canción 10: Veintisiete canciones de desamor

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Menudos tres días.

Tres días en los que Vera se tiró hablando a todas horas del famoso Rafael Rodríguez y de lo que iba a ponerse para impresionarlo. Le encantaba y Alicia no podía negar que el cantante era muy guapo. No podía juzgar mucho su música porque sólo había escuchado un par de canciones, aquel día sería la primera vez que escucharía detenidamente su música, pero si a Vera le gustaba, lo más seguro era que a ella también, ya que tenían gustos musicales muy similares.

Cuando llegaron al edificio, un joven estaba esperando a todas las personas invitadas al evento. Tenía un listado con los nombres y el número de DNI de cada persona. Estaba claro que allí no iba a entrar nadie que no hubiera conseguido una invitación. Vera y Alicia iban gracias a Alberto, pero el resto de fans habían tenido que ganar un concurso para poder acceder al evento. El joven las llevó hasta el ascensor y les dijo el número de la planta de las oficinas. Alicia ya lo sabía, pero prefirió mantenerse en silencio y hacer caso.

En cuanto la puerta del ascensor se cerró, Vera se quitó el abrigo y se miró en el espejo. No sabía si en cuanto se abrieran las puertas iba a encontrarse con el mismísimo Rafael, así que tenía nueve plantas para retocarse y estar perfecta. Alicia sonrió. Hacía semanas que Vera no se arreglaba tanto y se preocupaba por estar divina. Parecía que su amiga había vuelto a ser ella misma.

El sonido del ascensor alarmó a las dos jóvenes de que ya habían llegado a las oficinas de los Castillo. Caminaron hacia la recepción. La rubia que había conocido Alicia hacía unos días se mantenía impoluta en pie al lado de Pablo. Vera saludó al mayor de los Castillo. Aunque no lo conocía tanto como Alicia, sabía quién era, pues se habían visto en un par de ocasiones.

—¿Y Alberto? ¿Ya se ha escaqueado? —preguntó Alicia mientras se quitaba el abrigo.

—Está con Rafael Rodríguez.

—¿Ya está aquí? —preguntó Vera nerviosa, mientras miraba a todos los lados.

—Pues llegáis justo a tiempo —les dijo el mayor de los Castillo—. Está a puntito de subir —Alicia dirigió una mirada a su amiga, quien no podía disimular su emoción—. Así que lo mejor es que paséis ya —las dos asintieron.

—Señor Castillo, le recuerdo que tienen que firmar y... —le interrumpió la recepcionista.

—Cierto. Pásame los papeles —le ordenó—. Sé que me puedo fiar de vosotras, pero tenéis que firmar un compromiso de responsabilidad de que no vais a filtrar nada sobre el nuevo disco y dejar aquí vuestros móviles.

Alicia y Vera asintieron sin rechistar y rellenaron aquel papel con sus datos. En cuanto apagaron sus teléfonos, entregaron todo a la rubia y siguieron a Pablo que las llevó hasta la sala en la que escucharían el disco.

Vera alucinó cuando vio la sala. Parecía sacada de una de esas oficinas de alguna serie de televisión. Había varios escalones anchos con asientos sobre ellos, una gran pantalla con la imagen del nuevo CD de Rafa y altavoces. A un lado de las escaleras había despachos con paredes transparentes y al otro lado mesas y sillones de trabajo, los cuales estaban llenos de bebidas y algo de comida para los invitados. Subieron varios escalones hasta que encontraron un par de huecos libres.

Las dos estaban hablando animadamente cuando se halló el silencio.

Rafael Rodríguez había entrado en la sala.

Vera agarró con fuerza la mano de Alicia. Estaba tan emocionada que habría pegado un grito, pero sabía que no era correcto hacerlo, así que prefirió descargar toda su emoción en la mano de su amiga. Tras Rafael, caminaba Alberto. Alicia sonrió al ver a su amigo, no porque le hiciera ilusión verlo, sino porque le hacía gracia verlo en aquella situación, siendo el jefe. Sin embargo, su sonrisa desapareció como una estrella fugaz cuando vio con quien iba hablando Alberto animadamente.

Veintisiete canciones de desamorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora