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     TRISTÁN

  Cargo con mis cosas. Todavía salgo de casa mordisqueando un bollo dulce que hoy no he mojado con el café. Llevo las llaves del coche enganchadas en un dedo. Las he pillado de la bandejita del recibidor antes de que lo hiciera mi hermano.

    —¿Por qué hoy conduces tú?

    —Porque tú lo haces pésimamente mal. Quiero llegar entero a mis clases. Además, hoy seré dueño de la música que pongamos.

    —¡No!

    —Sí.

    —Oye, vaya mierda de gemelos estamos hechos si no nos gusta lo mismo —me reprocha mi hermano.

    —Tú eres quien salió defectuoso.

    —¿Yo? ¡Tú, que espantas a todas las chicas con tu mal carácter!

    Freno en seco haciéndolo frenar de golpe conmigo.

     —¡Sabes de sobra por qué lo hago!

    —Te has vuelto un miedica. No todo el mundo tiene el mismo oficio de asesino en serie.

    —Me he vuelto cauto. Eso es todo.

    Nahuel se pasa la mano por la cara secándose un sudor inexistente. Está decepcionado conmigo. ¡Que se joda! Él no estuvo a punto de pasar al otro lado. Y sé que tiene tanto miedo como yo que vuelva a suceder. No sé a qué viene tanta gilipollez. Pero quiere, a la vez, que tenga un poco de vida humana, cordial y cercana. Bueno, más que cordial, pasional. No soy capaz de dejar que ninguna mujer me toque desde entonces. Digamos que prefiero que nadie me toque, y ya está. He perdido toda confianza con quien sea.

   —Pareces gustarle a esa chica. Y vas y le pones más barreras que a un puto paso a nivel. Se te come con la mirada, pobrecilla.

    —¿Con los mismos que me ponía Estela? ¡Y mira cómo acabé! —grito en su cara.

    Resopla vencido.

    —Muy bien. Tú ganas. Tienes toda la razón. En fin. Salgamos ya. Mira las horas que son, aunque eso deberías de decirlo tú: hermano mayor —larga, dándole toquecillos a su reloj—. Las llaves —reclama, buscando que lo complazca.

    —¡Y un huevo! Conduzco yo.

    Se cruza de brazos, inamovible, elevando una ceja con resolución.

    —Mejor. Tendré chófer.

    —Mejor. No atropellaremos a nadie por el camino.

   Me da un empujón.

    —¡Qué gracioso mi hermanito el capullín!

   —No me provoques —le advierto con un siseo. Si esperaba salirse con la suya iba bien listo—. Hoy toca poner mi música favorita —digo, levantando un lápiz de memoria en alto. Va a cogerlo. Lo levanto más alto. Es un par de dedos más bajo que yo. No lo alcanza—. Lo dicho. Escucharemos mi música —ratifico, elevando las comisuras con ironía, saliendo vencedor.

    Me lanza una mirada asesina. Me importa un comino. Estoy más que acostumbrado a su acre mirada cuando se enfada. Y sé que me quiere demasiado para cometer semejante asesinato.


    Va callado en el asiento del copiloto. Como soy el que salió triunfante, en el reproductor de música del coche suena The Score. Le da igual. Se ha ajustado los auriculares en sus oídos. Se dedica a escuchar lo que le gusta.

Déjame amarte (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora