13.

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   NATALIA

  Discutimos un poco cuando quiere invitarme al desayuno.

    —¿Cuál es la pega?

    Señala hacia Olga que sigue trazando su plan para llevárselo al huerto. El deseo se dibuja en su mirada. ¿Por qué ahora? Oh. Claro. Los chicos misteriosos y guapos son los más atrayentes.

    —Paso de que se eche sobre mí y... Bueno. Ya sabes. La demencia se refleja en su rostro.

    Me hace reír.

    —¿Desde cuándo le tienes miedo a las chicas? —No muestra ningún gesto de humor. Parece que va en serio—. Está bien —acepto—, haré de tu excusa para espantar a las marujas.

    —A las marujas —vocaliza despacio clavando su mirada en mí.

    —A las marujas asesinas —añado, haciendo referencia a la película. Esto parece haberle hecho mucha menos gracia que lo anterior. ¡Menudo humor de perros lleva encima! ¡De verdad!


    Nos hacemos con el almuerzo. Su hermano y Elisa nos miran extrañados desde donde están. Más bien, Nahuel tiene una risilla irónica que, perfectamente, podría asegurar el por qué. Y salimos al campus en busca de algún rincón tranquilo.

    —¿Aquí? —señalo. Cerca no hay nadie que pueda ejercer de moscón molesto. Asiente. Guay.

    Nos sentamos. Empieza a zampar.

    —Buen provecho —digo.

    —Igualmente.

    Se hace el silencio. Un silencio que me pone nerviosa Me tiemblan las manos. Y los pensamientos me dan vueltas buscando algún tema que abrir y no aburrirnos como ostras. Finalmente, lo encuentro.

    —¿Finalmente, quieres que te ayude a confeccionar el disfraz?

    —Igual lo cojo de internet y paso de cualquier concurso. No hace falta.

   Alzo una ceja, sorprendida.

    —Así que te has rajado.

    —Yo no me he rajado. Solo que, con el trabajo, los estudios y demás, no da tiempo para mucho.

    —Ya. Eso sí es verdad. —Hago una breve pausa sopesando mis palabras—. Ojalá, y esta tarde no montemos otro numerito más. O entonces sí que nos echarán a la calle —le recuerdo, como advertencia.

    —Yo no empecé.

    —¿Ah, no? Tu enemistad por las mujeres, sobre todo por mí, nos llevará a la perdición. ¿Te puedo hacer una pregunta personal?

    —No.

    —¿Eres gay?

    Alza las cejas y abre la boca al máximo.

    —¿Perdona?

    —Dame una pista para que te pueda entender.

    —¡Una mujer me hizo daño! ¿Contenta? Escupe con desprecio, como si fuera un secreto de estado que no tendría que haberse desvelado.

    —El amor es complicado. Y lo siento.

    ¿De verdad? ¿Acaso piensa que todas las mujeres somos iguales? ¿Que solemos traicionar al amor cuando nos desenamoramos? ¿Qué chorrada es esa para que se comporte así? Todo el mundo sufre por amor. Por desamor. No debería de perder la confianza por ello. ¡Qué falta le hace de un buen terapeuta este chico! Que ya no estamos en la adolescencia.

Déjame amarte (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora