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  TRISTÁN

  Son los nervios; esos que se me acumulan en el estómago como hormigas voraces. Creo que lo llevo todo. La maleta está hecha. La habitación del hotel, reservada: la mía, y la de mi hermano. La del resto esto, también. Habitaciones dobles. Incluso la que dormiré con Natalia. Podríamos haberla pedido matrimonial. Con una cama enorme para cometer locuras. Pero bueno. Así está bien. Hasta en el mínimo espacio se pueden cometer perfectamente dichas locuras. Álex y Brian han decidido ir solos. Óscar, —yo aclararía que dormirá con su amor propio y su cama será pequeña para tanto ego—, como bien decía, no tiene pareja. Así que se han pedido habitaciones simples.

    —Vale. Si lo tienes todo, nos vamos.

    —Sí. Creo que sí.

    —Estupendo —responde Nahuel, con su respiración entrecortada de ir por todo el piso como pollo sin cabeza, organizando—. Va —dice, pidiendo que pase delante de él para cerrar con llave.

   Tenemos billetes para el tren de alta velocidad. Hemos quedado en vernos con la peña en la estación. Incluso con las chicas. Hemos solicitado un taxi para que nos recoja. No tenemos claro eso de dejar el coche estacionado allí, durante tantos días.

   Durante las semanas anteriores nos hemos estado probando los atuendos para el cosplay, más sus complementos. Que todo quede perfecto. Natalia me ha hecho un sinfín de fotos, piropeado, emocionado. La he acusado de exagerada. Pero me ha besado y me ha echado la reprimenda sobre no protestar cuando alguien que te quiere tanto te dice cosas bonitas. Te mira con esos ojuelos. ¡Claro! Y qué voy a decir... Si estoy encantado por ello. Tengo un corazón tan henchido que a poco va a explotar.

    Hemos alcanzado diciembre, con lo que nos toca llevar varias capas de ropa de abrigo, pareciéndonos a una cebolla. Así es como suele decirlo mi madre. Se me ha pegado la palabreja de ella, desde luego.

    Finalmente, Natalia no se ha animado a ir de Asuna. Ella no es de compartir conmigo esa locura. Pero sí, ir de acompañante real. ¡Qué lástima! Hubiera estado de puta madre.

    Mi madre ha llamado un sinfín de veces persuadiéndome de que fuera a esto.

    «Lo siento, mamá. Pero a testarudo no me gana nadie. Y a querer vivir al máximo hasta que me llegue el día en que perezca, seguramente antes de lo que crea, tampoco».

    No ha servido de nada sus ruegos, pataletas. Sé que está sufriendo. Pero yo también. No puedo detenerme y hacerme una bola en un rincón, llorando en un ataque de pánico como un demente. Eso no es para mí. Además, la ansiedad provoca pensamientos irracionales. Paso de volverme tan loco como eso. Todavía tengo una pizca de cordura con la que vivir disfrutando de mi juventud. Aunque esté sentenciado. Porque sé que, más pronto, o más tarde, ella me encontrará.

    Para llegar hasta la estación, esta vez nos pedimos un Cabify que es mucho más barato. Cualquier transporte público nos parece bueno, si nos lleva hasta allá, a tiempo. Y si nos abriga del frío invierno durante el trayecto, cuando yo mismo estoy muerto de frío. Tendré que llevar alguna camiseta térmica, otro más grueso, y pantalones calentitos, de color todo negro, desde luego.

     Al llegar, las chicas ya nos están esperando. Son excesivamente puntuales... ¡Cómo no!

    Como se ha vuelto nuestra costumbre, Natalia se acerca con velocidad para abrazarme con ese amor que me profesa tan puro e intenso. Nos besamos. La beso con ansia olvidando que tengo público.

    Estás tiritando —me dice ella en un susurro.

    Voy a responderle. Nahuel me interrumpe.

    —¡Oyeee! Ya os lo montaréis en el hotel.

Déjame amarte (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora