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   NATALIA

  Durante el resto de la semana, almorzamos todos juntos, incluidos Brian y Álex que han regresado a nuestro círculo de amigos. Trato de ser cuidadosa con Tristán, pues su carácter varía en solo minutos. ¡Es tan asustadizo e inestable! Tal y como dice Nahuel, quien lo conoce mucho más que nosotros. Roberta no deja de incitarme diciéndome que llego a casa sonrojada, pensativa, y que suspiro incansables veces.

   —Definitivamente, estás muy enamorada.

    —¡Cállate! No me atosigues —grito, medio muerta de risa. Sé que tiene razón. Debería de ser más fuerte. Controlarme. Tristán no es el chico adecuado con el que debería de estar. ¿O sí? ¿O solo estoy con él para ayudarle? ¿O solamente, para ayudarle? Me utiliza. Se le nota a leguas que me usa como la barrera de contención ara que Olga no se le acerque. Ni Olga, ni otras. Para sentirse seguro en algún lugar, sabiendo que voy a ponerme a gritar en el caso de que surgiese un apuro, o alguien atentara contra su persona. Todavía cierro los ojos y recuerdo aquellas huellas de una tragedia que sé que no me va a contar. Tampoco puedo presionarlo si quiero seguir ayudándolo de cerca.

    Es viernes por la noche. Voy a quedarme hasta última hora. Ya le he dicho a Nahuel, y por supuesto avisado a Valeria, mi jefa, que hoy me quedo hasta el cierre. Ya no se me hace tan pesado compartir el servicio con él. Además, mañana es sábado. Podré realizar mis tareas a ratitos, el fin de semana.

    Llega la hora del cierre. Y aunque hemos tomado un tentempié como adelanto de la cena, porque casi nos ha sido imposible parar por el personal que ha ocupado el local hasta última hora, vuelvo a tener mi estómago vacío. Ruge como un demonio. Roberta no viene hoy al piso. Está con su nuevo novio, con quien pasará la noche en el suyo. Le he consultado sobre mis planes. Me ha dado permiso y dicho que sin problema ninguno.

    Tristán sale veloz hacia la calle.

    —¡Eh! Espera.

    Se da la vuelta con el ceño fruncido. Vale. Otra vez está situado en su parte más oscura. —¿Cenamos en mi piso? Prepararé algo. Ahora ya debe de estar cerrado todo.

    —No. Quiero llegar a casa y darme una ducha.

    —Imagino. Yo quiero lo mismo. Aunque lo primero, que sea lo primero... —Me acaricio la barriga, famélica—; zamparme una cena riquísima.

    —Es tarde para preparar algo elaborado.

    Me encojo de hombros.

    —Vale. Hagamos algo rápido. Tengo pizza del súper. ¿Qué dices?

    Me observa reflexivo. Estoy más con que va a decir que no. Espero paciente a que se decida.

    —En Chueca hay un bar que no cierra hasta las siete y media de la mañana.

    —¡Genial! —grito, chasqueando los dedos—. ¿Qué hacemos, entonces?

    —No tengo vehículo. Se lo ha llevado Nahuel.

    —El metro, un taxi... ¿Qué importa?

    Se encoge de hombros. Estamos jugando al tira y afloja.

    —No podemos ir con estas pintas.

    —¿Dónde está ese bar, restaurante, lo que sea?

    Busca la ubicación en su móvil. Me lo enseña.

    —Ok. —Miro el reloj—. Nos vemos allí en diez... ¿Quince minutos? En los que necesites para darte una ducha. En los que necesite yo.

    Me mira sopesando la idea. En si es una buena idea, o por el contrario, puede que sea letal. No soy una asesina. Ni una tarada mental. No sería capaz de matar ni una mosca. Mucho menos a este pedazo de angelito que necesita ayuda. Voy a protegerlo con uñas y dientes. Tengo mucho miedo, debo reconocerlo. Pero, decididamente, tengo la intención de custodiarlo como si trajera conmigo el objeto más valioso.

Déjame amarte (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora