Epílogo

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  NATALIA

  Me encuentro con Elisa donde antes quedábamos. Había regresado a clase después de tomarme un tiempo necesario para asimilar lo ocurrido, y devolver en mí la entereza. Ella, enseguida, me abraza en cuanto la alcanzo. En realidad, no hemos dejado de estar en contacto. Sin embargo, se vuelve habitual que me pregunte. Que me dé ánimos.

    —¿Qué tal estás?

    Tuerzo los labios.

    —Fabulosa —comento con fastidio—. El piso vacío me hace sentir extraña.

    —¿Roberta se ha mudado, definitivamente?

    —Lo ocurrido la ha dejado muy tocada. Se niega a martirizarme con su presencia. ¡Qué estupidez! Ya le he dicho que está perdonada. Sé que, en caliente, la acusé. Pero ella no era consciente de nada. Así que está libre de culpa —explico, a modo de justificación—. En frío, y más calmada, las cosas se ven con transparencia. Se habla con más calma.

    —Lo sé. —Elisa suspira—. Joder, ahora te va a tocar pagar el alquiler íntegro.

    —No. Viene una chica de Segovia a ocupar su lugar. Es una amiga suya. Me ha dicho que no me causará problemas.

    —¿Y Roberta? ¿Seguirá estudiando aquí?

   —Solo se ha mudado de barrio. Podré verla, si nos apetece, durante cualquier café que nos queramos tomar.

   —Genial.

   —Lo sé.

    —¿Sabes? Ha sido todo demasiado amargo como para que se aleje más gente de la que debería de haberse quedado aquí, conmigo.

    —Lo sé. Son cosas que pasan. Roberta seguirá siendo tu amiga, ahora excompañera de piso.

    —Ya. Pero... ¡Pobre! Le grité.

    —Estabas en tu derecho, entonces, porque no sabías nada.

    —Fui un poco exagerada. ¡Pero es que había tanto dolor! Sentí tanto miedo por él...

    Al mencionarlo, siento una punzada de angustia y de rabia en mi estómago.

    —Todavía tengo terribles pesadillas.

    Vuelve a abrazarme con fuerza. Con un cariño desbordante. Mi amiga-medio hermana. Compañera de locuras.

    Se separa un poco para mirarme a los ojos.

    —Podríamos mudarnos a un mismo piso. A ver... estoy bien con Macarena y eso. Pero, desde un principio, prefería que estuviéramos juntas. Estaría guay, ¿no crees? Necesito saber que estás bien.

    —Lo estoy. No sufras.

    —Medita lo que te he dicho. ¿Sí?

    Hago una inclinación de cabeza.

    —¡Estupendo! —celebra, emocionada, en mitad de una exhalación que denota alivio.


    Ya se inhalan aires navideños: adornos, espumillones, villancicos... Incluso en la misma universidad. No me agradan estas fechas. No sé... Las encuentro un poco empalagosas y un mucho de consumista. Aunque la parte buena es la de los regalos. Vale. Forma parte del consumismo. En fin.

    A lo lejos veo a Nahuel que se va acercando. Elisa se adelanta para recibirlo como es merecido. Suspiro, gimoteo, me tenso un poco... Lo sé. Mantengo esa sensiblería que no me aguanto ni yo.

Déjame amarte (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora