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     TRISTÁN

  Finalmente, cojo el bus. Voy escuchando música en mi teléfono abstraído en mi propio mundo, obviando el de los demás. Solo son fragmentos de carne que respiran, se mueven, se cabrean... al igual que yo. La cuestión es sobrevivir a toda costa, «aunque caiga la del pavo».

    Suena My Chemical Romance. Soy de los que se decantan por el rock alternativo. No suelo ser de los que les gusta la música actual. Lo que se lleva me suena de lo más rayada.

    Observo por la ventanilla qué hace el mundo afuera, mientras que yo me muevo a alguna parte intentando situarme en algún lugar tranquilo en el que hacer mis tareas, ya que Nahuel se niega a colaborar. Al ser el pequeño; el consentido, consigue hacerme rabiar con sus insoportables pataletas. Porque, a ver, ¿no era suficiente meterse en su habitación y gritar cuanto quisiera? Bueno, ese piso no está insonorizado. Ni tiene un tamaño en el que no se escuche cualquier ruido desde el otro lado de donde sea. Me gusta la tranquilidad. La soledad. El silencio que me sumerge en mis pensamientos cuando tengo que realizar cualquier tarea, leer, o incluso jugar por Internet. Me gusta estar solo. Ser ese tipo hermético que no se muestre al mundo para evitar mostrar sus debilidades. Así soy yo desde lo ocurrido. Inaccesible, lejano, inquebrantable. Y es así como quiero seguir para mi seguridad.

    El autobús llega a la parada en la que me quiero apear. Lo hago. Voy en busca del edificio donde se encuentra la biblioteca. Entro. La suerte me sonríe. Hay mesas vacías. Saco mis cosas de la mochila que traído conmigo, además del ordenador portátil. Había puesto pausa —en el teléfono—, en mi lista de canciones favoritas—, al tiempo que accedía aquí dentro, hasta llegar a la mesa vacía. Silencio, concentración... No hay ninguna cara conocida, por ahora. Eso es perfecto. Suficiente para sumergirme en aquello en lo que quiero trabajar sin distracciones. Pongo en marcha, nuevamente, mi lista de favoritos en Spotify, una que he confeccionado adrede titulada: Mientras estudio o hago tareas de clase. Sigo con My Chemical Romance. Lo pongo a un volumen bajito aceptable para que no interceda en mi concentración. Regreso a mi burbuja de desconexión del mundo entero.

    —¡Hola!

    —¡Hola! —repite la voz femenina sacudiendo su mano frente a mí llamando mi atención.

    ¡No puede ser! La mala suerte me sigue.

    —¡Qué casualidad! —sigue murmurando. Supongo que quiere evitar que el encargado de la biblioteca no la regañe. Pero ella... ¿Por qué aquí, al igual que yo? ¿Me ha seguido? ¿Es simple casualidad?

    Me quito los auriculares para hablarle.

    —Estoy trabajando —añado, con un tono sobrio; lacónico.

    —¿Puedo sentarme?

    Señala la silla que hay frente a mí. ¡De eso nada!

    —No —digo, rotundo.

    Arruga la nariz.

    —¿Por qué eres así de serio?

    Contraataco.

    —¿Y tú por qué eres así de plasta?

    No le ha gustado mi peyorativa respuesta.

    —Mira, no te he hecho nada para que me hables con ese tono tan cínico.

    —Entrometerte en mi vida. ¿Te parece poco?

    Entorna la mirada.

    —¿Va en serio? ¿Estás despreciando mi intento por mostrarme amistosa?

    —No necesito amigas.

    ¡Eso es! ¡Lárgate! Nada de chicas. Con Estela tuve de sobra y demasiado. No voy a crear otro cúmulo de sentimientos confusos que llevan a la posesión. A una obstinación desmesurada.

Déjame amarte (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora