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    NATALIA

  He esperado hasta la noche para hablar con mi amiga Elisa. Necesitaba contárselo con tranquilidad. Espero que Tristán no se moleste. Supongo que Nahuel también lo sabrá. Volverá a interrogarlo como lo hizo esta mañana. Roberta aparece con su maleta de fin de semana golpeando por la puerta por el peso.

    —¡Ya estoy en casa! —grita con emoción.

    Creía que se quedaría a cenar con su amor. Pero mañana hay que levantarse para la uni. Y luego el trabajo... supongo que le urgirá más descansar. Que tanto amor puede llegar a aborrecer a una. O no. No lo sé. Nunca he estado tan enamorada de alguien que me haya correspondido. Incluso ahora mismo no sé por cuánto tiempo seré correspondida. Si no me llevaré un buen disgusto con los pensamientos variables de Tristán. Todo lo trae su trauma. No lo puedo apretar.

    Salgo de mi cuarto para saludarla. Suelta la bolsa y me abraza.

    —Espero que no te hayas aburrido mucho sin mí.

    El rubor de mis mejillas y mi sonrisa boba me delata. Tira de mi mano hacia el pequeño sofá de dos plazas que tenemos en el pisito de estudiantes.

    —¡Tienes que contármelo! ¿Qué ha ocurrido en mi ausencia? —me interroga, sacudiéndome con una molesta insistencia.

    Trago saliva estudiando las palabras. Estoy tan emocionada que, al recordarlo, me enardezco entero y la risa tonta sigue ahí, delatándome.

    —Tristán y yo hemos estado aquí, en el piso.

    —¡Ay! ¡Pero que viva el amor! —Me acerca más a ella de un simple tirón—. ¿Ha habido fuegos artificiales? —quiere saber. Asiento y pega un grito—. ¡Lo sabía! ¡Óle torera, y óle! —me felicita.

    —Solo hay una minúscula pega —digo, juntando casi el dedo índice y pulgar,

    —¡Ah, no! Pegas no puede haber. Espera... ¿Tal vez la tiene pequeña? ¿No besa bien?

    La empujo, indignada.

    —No es nada de eso, Roberta. ¡Por favor!

    —¿Entonces?

    Me lo pienso un poco antes de confesar. Finalmente, me arranco:

    —¿Recuerdas esa botellita de vino de precio elevado que guardábamos para celebrar?

    Se pone seria. ¡Oh! Oh... ¡Mierda!

    —¡No jodas que os la habéis bebido!

    Está cabreada. ¡Está muy cabreada!

    —¿Entera? —asiente para que continúe hablando—. No.

    Traga saliva. Va a estallar. ¡Ya verás!

    —¿Dónde está?

    —En el frigo —respondo, empezando a temblar.

    Sale disparada a buscarla. Me santiguo. No quiero que me eche del piso. No quiero quedarme sin ella.

    Regresa con la botella. Y con dos copas. ¿Qué? Se sirve y me sirve.

    —Este es buen momento para celebrar. ¡Tú le has gustado, por fin, a Tristán! Y yo he follado, por fin, con Damián.

    Mi cuerpo se destensa con esa brusquedad con que regresa un elástico a su lugar. ¡Esto es bueno! Ella no está enfadada.

    Me pasa mi copa.

Déjame amarte (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora