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 NATALIA

  «Gracias. Por lo de ayer».

    Al leer la frase del mensaje me quedo patitiesa. ¿Qué se habrá tomado en el café dominical? ¿Tal vez sea el insomnio que habrá sufrido anoche?

    No le mando ningún mensaje de regreso. Porque este me lo merecía. Al menos le dediqué mi tiempo para algo. Aunque a mí también me apetecía estar con él.

    Me preparo una taza de café. Llevo en la boca sujeta de un mordisco una ensaimada de aquellas que vienen en bolsitas monodosis en el súper. Me cruzo con Roberta en el salón. Acaba de despertar y lleva los pelos revueltos, bosteza, y todavía tiene los ojos a mitad abrir, molestos por la luz diurna repentina.

    —¡Menudas pintas llevas! —me critica, observándome de arriba a abajo. Todavía llevo mi pijama rosa chicle, con calcetines de un tono similar, completamente descalza.

    —Pues anda que tú.

    —Yo hace nada que me he acostado —se excusa—. He conocido a un bombón que es la caña.

    —Y yo pensando que te habrías quedado a dormir en su casa —digo, sin demasiadas ganas. No soy quién para meterme en la vida de nadie.

    —¿En casa de Damián? —Sacude la cabeza con una sonrisilla de suficiencia—. Le he advertido Creo que he llegado al punto de mi camino en el que quiero establecerme en algo serio.

    —Oh. Eso estaría bien.

    —Pero antes, son mis estudios. Necesito sacarme la carrera y luego, que se preceda a esa estabilidad.

    —Pides tantos imposibles que alucino.

    Tuerce la cabeza con una solemnidad que me aterra.

    —¿Sabes? He llegado a un punto que me he dicho: ya has vivido lo suficientemente en la locura como para aparcar tu coche de payasa.

    Me quedo boquiabierta con su explicación.

    —¿Te has fumado algo? —me extraño.

    —Reflexiones. Son reflexiones de adulta. —Se mesa el cabello—. Estoy madurando, pienso.

    —Ah. Vale. Pues... nada. Que usted se caiga bien madurita del árbol —bromeo.

    Quiero moverme. No me deja.

    —¿Y qué hay de ti? ¿Qué pasó anoche en casa de Tristán?

    Pongo los ojos en blanco.

    —Nada. ¡Ay! ¡Pero qué cotilla eres!

    Se lleva la mano al pecho.

    —¡Me ofendes! ¿Tú no estás aún en esa etapa payasa y de locura donde quieres seguir experimentando?

    Hago que me suelte.

    —Quiero madurar. Pero a su hora. Y no envejecer, como lo estás haciendo tú, ahora. ¿Encontrar una estabilidad? Es muy difícil. Lo entiendo. Pero tampoco es para ir asustando a todo el mundo por ahí con tus... paranoias adultas.

    Estalla en una carcajada.

    —¡Estaba de broma, joder! ¡Pues claro que me lo he tirado! Pero quería volver a casa temprano! Tengo curro de la uni. ¿Tú no? —Me señala—. ¡Deberías de estar trabajando, en vez de interrogarme, pazguata —me regaña, dándome unos toquecitos en el pecho—. Voy a prepararme un café, o juro que no seré capaz de hacer nada.

     Gruño con un disimulado fastidio. ¡De repente, mi amiga se ha vuelto majareta! Su locura me da vida. Me hace reír. ¡Es tan mona!

    Realizo otra reiterada protesta con el mismo gruñidito de indignación al recordar lo que me queda pendiente. El trabajo no se va a hacer solo.

Déjame amarte (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora