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    TRISTÁN

  ¡No puedo creerlo! Mi hermano es la leche. Sin planearlo, vamos a ser, de repente, como los protagonistas de esas series estadounidenses donde todo el mundo parece hacer vida en un único piso. Intrusos, incluso en horas intempestivas o innecesarias, como hoy. Escucho las llaves de la puerta. Natalia se siente inquieta. Y eso que, finalmente, había decidido decirle a Elisa que se encontraba en mi piso. Bueno; en el de mi hermano y el mío.

    Al abrirse la puerta, una sonrisa aparece en el rostro de Nahuel. ¡Capullo!

    ¡Vaya! ¡Vaya! No me parecías tan inteligente —se burla. Y sé a qué se refiere.

    —¿Has venido a ver si estoy bien, o a regodearte de mí? —lo interrogo, frunciendo el ceño.

    —Temía por tu... —Mira una milésima de segundo a Natalia. Luego regresa su mirada a mí—, por si estabais haciendo una estupidez. ¿Quieres que tengamos follón con los vecinos?

    —¡Gilipollas! —murmuro entre dientes, pues eso ha sonado fatal. Y seguro que ha ofendido a mi invitada con esa indirecta tan obscena.

    —Íbamos a pedir pizza.

    —¡Guay! Pues, pidámosla.

    Mientras discutimos, Elisa se acerca a Natalia y la abraza en un saludo. Cuchichean algo. No sé qué es, ni lo quiero saber.

    —¿No cenáis fuera? —le recuerdo, en un reproche.

    —No. Nos quedamos por aquí.

    —Claro... Cómo no —mascullo indignado.

    Va a ser un sábado por la noche de lo más irritante e incómodo.

    Finalmente pedimos comida asiática. Como siempre, Nahuel ha cambiado a última hora de parecer y nos ha cambiado los planes completamente, salvo largarse a dar un paseo por ahí. Me viene bien sentirme acompañado. Aunque no, de este tipo de compañía que se vuelve multitud.

    Hablamos. Hablamos sobre los estudios, sobre los fines de semana en Madrid y dónde ir. Quedar más veces para realizar unas cuantas salidas de reconocimiento de la enorme ciudad. Así, de ese modo, conocerla de palmo a palmo en poco tiempo. ¡Juntos! ¡Salir! Lo de hoy es excepcional. Si creen que voy a hacer esto diaria o semanalmente, van apañados. Hoy fue porque me invadió el pánico. Por mi bien, tendré que espabilar y evitar todas estas chorradas de la «bonita amistad». Bonita, empalagosa y latosa.

    —Le he dicho a Tristán que podría confeccionar vuestros disfraces —suelta Natalia, de repente, y le lanzo una mirada asesina. Se supone que, antes de soltar la bomba, debería de habérmelo consultado.

    —¡Ah! ¡Qué guay! —celebra el tonto de mi hermano.

    Elisa pregunta qué nos traemos entre manos. Natalia se lo explica. «¡Yupi! Ya estamos todos en el ajo!». Que conste que es ironía.

    —¿En Barcelona? —Elisa bufa un poquito perdida—. Pero os queda lejos. Y con los estudios y el trabajo...

    Nahuel se ancla a su cuerpo por la cintura.

    —¡Vamos! ¡Únete a la rebeldía! Igual, hasta podrías ir disfrazada de la sexy Bulma.

    —¿Y esa quién es?

     —¡Dile que no! —le advierto—. O te hará ir en un bikini minimalista a la convención.

    Se pone roja. Mira a Nahuel con cara de malas pulgas. Mi hermano se rasca la nuca.«Sí, hombre! Ahora disimula». El capullo de mi hermano se encoge de hombros. Natalia contiene una risilla burlona. Por respeto a su mejor amiga. ¡Mira qué bien se lo está pasando con la escenita!

Déjame amarte (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora