19.

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   NATALIA

  Está callado. Lo encuentro demasiado distraído. Toco su hombro.

    —¿Qué pasa?

    —¡No lo sé! ¡Dímelo tú!

    Hace un amago de sonrisa. Algo no va bien. Se ha resistido un poco cuando le he dicho de quedar esta tarde. Suerte que Nahuel se fue con Elisa al cine porque hacían una película que él quería ver. Por supuesto, nosotros hemos dicho que no. No nos apetecía. Busco una rosa y se la meto en la boca. Estamos viendo una serie de acción en su ordenador, recostados en su cama.

    —A ver. Si la serie te va a traer malos recuerdos, la cambiamos y ya está.

    Niega, sin mirarme. Finalmente me mira. Recoloca un mechón.

    —No es nada, Natalia. Estoy bien.

    Miente. Sé que miente. Le tiembla la voz.

    —¿Vas a decirme qué pasa, o no?

     —¡No pasa nada! ¡De verdad! —termina gritando, medio atragantándose con la rosa que le he dado.

     Palmeo su espalda y busco el vaso de refresco que descansa sobre la mesilla para que beba. Lo regreso a su lugar en cuanto termina de beber.

    Mi intuición vuelve a hablar por mí, en mi fuero interno. Algo huele mal. Espero que lo confiese en algún momento cuando me temo que se trata de Estela.

    —Saúl regresa la semana que viene. Tendrás más tiempo para hacer las tareas, y, desde luego, para descansar—. Voy a repasar con el dedo una de las ojeras, pero se aparta. Está huidizo, tenso, nervioso.

     —¿Me vas a decir qué pasa, de una vez, joder?

    Sigue con los labios sellados.

    Me enfado. Me deslizo por la cama en busca del filo, para calzarme mis zapatos y huir.

    —¡Estela ha salido de prisión! —grita, tembloroso, desde la cama.

    ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡Joder! ¡Mierda!

    Trato de calmarme. De calmarlo. Me giro para hablarle, tocando su pierna, con cuidado de que no se enfade.

    —No sabe dónde estás. No va a pasar nada.

    —Eso espero. O, de lo contrario, mis días están contados.

    Me estiro hacia las rosas, cojo un pequeño puñado y se lo tiro.

     —¿Qué haces? ¡No me ensucies la cama! —protesta.

     —¡Pues espabila! De repente haces cara de estreñido y juro que das miedo.

    Frunce el ceño. Con una rapidez que no sé de dónde ha salido abandona el bol en un lugar seguro, y me atrapa para atraerme hasta él.

    —Como vuelvas a decir algo así, voy a vengarme.

    —¿Ah, sí? ¿Y qué vas a hacer? ¿Acusarme con tus papis? —bromeo en busca de hacerlo reír.

    Niega, con el deseo brillando en su mirada. Sé lo que quiere. Lo acepto. Quiero que me dé ese orgasmo que ahora mismo me está debiendo.


    Poco tarda en escucharse nuestros gemidos en la silenciosa atmósfera. Los vecinos deben de pasárselo pipa con nosotros. Imagino a la vecina de arriba pegando la oreja al suelo. No. Mejor, me concentro con lo que estoy haciendo. Porque lo siento. Porque me está tocando exactamente donde sabe que mi botón rojo explosivo está pidiendo a gritos ser pulsado.

Déjame amarte (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora