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 TRISTÁN

  Me paro frente al portal de Natalia. Voy a pulsar el timbre. Mi dedo tiembla.

    «No va a pasar nada. Ella parece legal»

    Termino pulsándolo. Al momento, se oye su voz.

    —¿Sí?

    Me identifico. Y me abre.

    Subo las escaleras deprisa. Quiero verla de nuevo. Vuelvo a ser ese tipo arriesgado que se lo juega todo a ganar o perder de un plumazo. La encuentro esperándome en la puerta de su piso. Lleva unos vaqueros ajustados y un jersey verde que le queda muy bien. Mi corazón da un saltito.

    «¡Loco!»

    —Hola —me saluda.

   —Ey. —Le devuelvo el saludo.

    —Pasa.

   Acepto.

   No encuentro la botella de vino, ni las copas, sobre la mesa del salón.

    —Pensaba que íbamos a beber.

    —Te repito que paso de que pilles un pedal y tenga que volver a meterte dentro de un taxi de camino a tu piso. Aunque esta vez, yo te acompañaré. No me la juego.

    —Llegué bien.

    —¿Te encontraste allí con Nahuel?

    —Me encontró sentado en el portal.

    ¡Mentira! Si ella supiera.

    Pone los brazos en jarra.

    —Vacía los bolsillos de tu chaqueta.

    Arqueo una ceja con sorpresa.

    —¿Qué?

    —No me fío de ti.

    Alzo los brazos.

   —Compruébalo tú misma.

    Se sorprende. Me estoy arriesgando mucho. Sin embargo, esa parte canalla mía se empeña en andar de puntillas por el abismo, a pesar del miedo.

    Me mira con la mandíbula desencajada. No se mueve del sitio.

   —¿No vas a comprobarlo?

    —¿De verdad puedo fiarme de ti?

    —¿Y yo, de ti? —inquiero, arqueando una ceja.

    Su gesto repentinamente instila tristeza. Creo que ha caído en la cuenta de recordar aquellos que le conté, y que vio.

    —Me fiaré de ti. Espero que no me defraudes.

    —Ruego que tú tampoco —le advierto. Si vamos a jugar a esto, me urge que sea ella quien se comporte de un modo más fiable, sin darme señales sobre su peligrosidad.

    «Es una humana más»

    Estela lo era, al principio. Poco después, sus rasgos psicóticos hicieron acto de presencia, mezclándose con su ímpetu posesivo.

    —¿Me vas a servir igualmente esa copa de vino? —pregunto, serio.

    Sacude la cabeza rodando los ojos.

    —Será mejor que salgamos a desayunar. Te invito.

   —No es necesario. Llevo dinero conmigo.

    —Insisto —sentencia, clavando su mirada de un tono café en la mía.


  Nos desplazamos a La Castellana. El metro no para lejos. Es una pequeña cafetería cerca de una tienda de muebles de oficina enorme, en la misma acera. Todo ello buscado por internet y probado por primera vez. Supongo que haré una lista de aquellas que más me gusten. Esta vez fue Natalia quien decidió. Entramos.

Déjame amarte (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora