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  NATALIA

  ¡Para una noche que estaré sola y Tristán sale disparado! Esperaba que ocurriera algo más. Que algo fluyera en la nada con esta botella de vino especial acompañándonos. Miro la botella abierta, ya empezada. Suspiro hondo. ¡Roberta me va a matar! Ya lo confirmo con antelación. Recuerdo el momento exacto que nos hemos quedado frente a frente; él sobre mí, tan cerca que hubiera podido besarlo sin permiso. Sé cómo es, cómo se siente, y no soy capaz de traicionarlo. Pero, en serio, esperaba que algo más sucediera.

    Me meto en la cocina botella en mano. Busco uno de esos tapones universales que sirven para cualquier botella. La taparé. Aunque, de no bebérsela pronto, se perderá entera. Podría emborracharme. ¡Me iría de perlas después de esta decepción! Aunque, que mejor que dejarla así hasta la vuelta de mi compañera de piso y bebérsela las dos juntas. Eso creo que, al menos, apaciguará su mal humor y mis ganas de estrangular a Tristán por ser tan precavido. Espero, sobre todo, que apacigüe el mal humor de mi compañera de piso cuando se encuentre con el vino abierto; casi desperdiciado si esperamos mucho a beberlo.


    Parezco una sonámbula por casa. He guardado la botella en el frigorífico y hecho no sé cuántas tareas que podían esperar a mañana. Lo sé. Me siento nerviosa. Miro el reloj. Casi las cuatro de la madrugada. Se ha ido hace veinte minutos y ya me siento intranquila. ¿Él habrá llegado bien? Por muy cabreado que esté, y yo con él, esa parte me importa lo suficiente.

    Mando el mensaje. Pone que lo ha leído, pero no responde.

    —¡Idiota! No pienso pasarme la noche montando guardia para que te sientas bien —grito, como si lo tuviera delante. Como los vecinos se cabreen con mis gritos, no tardarán en arrestarme.

    «Escribiendo...»

    El corazón se desboca con un bombeo insoportable. ¿Qué va a decir? Por lo pronto, me va a responder.


TRISTÁN

• «Como grites así, acabarás en los calabozos de la policía»

Frunzo el ceño. ¿Cómo?

YO

•«¿Y tú cómo lo sabes?»


    ¡No puede haberme oído desde a saber dónde se encuentra!

    Escucho unos golpecitos en la puerta. ¡Casi me muero del sobresalto!

    «¿Acaso eres gilipollas?»

    Sí. Es justo lo que grito para mis adentros, que no para afuera.

    Abro la puerta.

    —¿Por qué sigues aquí? ¿Creía que te habrías largado?

    —He olvidado algo —se excusa, arqueando una ceja.

    Miro la percha. No queda nada suyo allí, colgado.

    —Yo creo que no.

    Señala hacia dentro.

    —Esa segunda copa de vino que me debes.

    Sacudo la cabeza con indignación.

    —¡Debes de estar de broma! Y yo tengo sueño.

    —No estoy lo suficientemente borracho para conciliar bien el sueño.

    —Si te emborrachas, no podré llevarte de regreso a casa. No tengo coche.

Déjame amarte (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora