5.

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  TRISTÁN

 Llego a casa. Mi hermano sale a buscarme en cuanto escucha que abro la puerta.

    —Ya me tenías preocupado —murmura angustiado—. ¿Por qué has tardado tanto?

    —Estoy bien. Respira tranquilo —informo, arrugando la nariz con fastidio.

    —¿A qué viene esa cara?

    —No lo sé. Dímelo tú.

    —¡Oh! ¿Tal vez me reprochas, aún, lo de Natalia?

    —Es obvio. ¿Quién te pidió que la apoyaras en su desmesurado interés por mí? Y... por cierto; la acosadora se ha apuntado a mi curro. Supongo que, para vigilarme de más cerca —escupo cabreado.

    —¿Qué dices?

    —Para que luego pongas en tela de juicio lo que confirmo y me crees desquiciado —añado, concluyendo la conversación—. Necesito darme una ducha —digo, bajando un par de notas mi tono de voz. Me siento tan exhausto que ni siquiera me apetece estar en mitad de esta discusión.

    —¡He hecho la cena! La encontrarás en la cocina dentro de un par de platos tapados, aún caliente. Voy a hacer los deberes. —me grita desde el salón. Me he dado prisa en meterme en mi cuarto y coger las cosas para largarme al cuarto de baño. En serio que necesito esa ducha.

    Siento descanso cuando el agua caliente se derrama sobre mis músculos doloridos. Hacía tiempo que no trabajaba en esto. No es la primera vez que lo hago. Cuando tenía dieciséis trabajé en un bar de La Latina. Me hacía falta algo de dinero. Y allí estaba ese empleo, no muy bien pagado, donde trabajar a tiempo parcial compaginándolo con el instituto. A mis padres no les hizo demasiada gracia porque me esforzaba más en el trabajo, que en las clases. Finalmente, conseguí sacar todo adelante.

    Preparo la mesa. Me llevo el ordenador detrás. Esta noche no hay sesión de tele. O espabilo, o este, mi sueño, el de sacarme esta carrera y trabajar en lo que tanto me gusta, se me irá por la cloaca. Mi madre me ha llamado. He hablado con mis progenitores. Les he asegurado que estoy bien. Que todo va bien.

    —Si nos necesitas...

    —Lo sé. Todo está en calma. Quédate tranquila —insisto. Me gustaría prometérselo. Me encantaría prometérmelo a mí mismo. Y no puede ser. Todo es aún demasiado inseguro.

    Ya es muy tarde. Lucho contra mi sueño. Me levanto. Preparo un café. Escucho a Nahuel gritar desde su habitación. Seguro que está jugando con sus amigotes, y puede que incluso con Brian y con Álex. Hace cinco minutos me habían mandado un mensaje para entrar al servidor. Les he explicado por qué no puedo. Y ese canijo de ahí dentro, que había dicho que haría los deberes, no sé en qué coño está pensando. Si no va a estudiar, mejor que se vuelva de regreso a Soria. No. Prefiero que se quede por si necesitara su ayuda. Lástima que no tenga la suficiente fuerza de voluntad para meterlo yo en una caja de regalo, de regreso con mis padres. Como siga en este plan, vamos a salir a hostia limpia.

    —¡Eh! Huelo a café. ¿Has hecho?

    Señalo hacia la cocina.

    —¿No estabas haciendo los deberes?

    —Solo estoy jugando un rato. Se te echa de menos en el servidor.

    Niego, poniendo los ojos en blanco.

    —Seguid echándome de menos porque aquí tengo trabajo para horas. —Lo señalo—. Deberías de hacer lo mismo.

    Se mueve. Regresa con una taza de café. Lo huelo desde donde estoy.

Déjame amarte (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora