Capítulo 34: Abrazos fresquitos.

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Dragnor observaba a Shira de la forma más feroz que jamás lo hubiera hecho, no tardó en dirigirse hacia ella con una velocidad de vértigo y un rugido atronador a la vez que escupía una llamarada que se prolongaba por todo el fiordo. Ella, sin embargo, se limitó a esquivarlo, huyendo a la vez que el enorme dragón intentaba atraparla con alguno de sus ataques.

El tétrico ruido se escuchó a lo largo de todo el reino nuevamente, Elsa visualizaba a aquella bestia incendiar el cielo con el corazón en un puño, por mucho que se hubiera imaginado a Dragnor jamás pensó que una bestia similar pudiera ser tan real.

—¡¿Qué es eso?! —Steve Skins llegó apresurado hasta el balcón donde se encontraban todos los demás contemplando la escena.

—Eso, señor Skins, es por lo que todos estamos aquí. —aclaró Kristoff.

El porqué ahora no era la mayor importancia; esa bestia alada estaba provocando una desolación que podría causar un desastre infinitamente mayor al que provocó la reina Elsa con su accidente invernal.

—Mi hijo está ahí fuera... —se dijo así mismo el anciano, posicionándose a su lado una persona mucho más alta y robusta.

—Y nuestro yerno también —el rey Frederic de Corona, junto a su esposa, llegaron también al balcón.

—Eugene... —se dijo Rapunzel, temiendo por la vida de su marido como nunca antes.

Todos los presentes temían tanto por sus vidas como por los que allí se encontraban, y la incertidumbre de no saber si se habrían dejado a alguien por el camino era desgarradora.

—Espera, ¿dónde está Oaken? —Kristoff miró entre todas las personas con tal de encontrar al hombre que le había estado vendiendo material año tras año, tendrían sus peleas, pero no dejaban de ser viejos conocidos—. ¡¿También está ahí fuera?!

Stella contemplaba a Dragnor volar, cada vez más lejos del reino y más tiempo sobre el mar, fuera lo que fuera aquella llama que parecía perseguir insaciablemente, estaba alejándolo. Ese tal Oaken, Eugene, James, y sus monturas corrían peligro, pero la vida de alguien más estaba en juego y nadie se acordaba salvo ella.

—¡Stella! ¡¿Adónde vas?! —le preguntó Anna elevando el tono de su voz, la morena había dado media vuelta y ya bajaba las escaleras del castillo helado en dirección a la puerta.

—Voy a buscar a Hans.

—¡Eso es muy peligroso! —esta vez era Elsa la que alzaba la voz, ella había visto el verdadero poder del príncipe y por poco no lo cuenta, sumándole aquella bestia deambulando por la zona, hacían que Arendelle ya no fuera un lugar seguro.

Pese a todo, la otra muchacha se limitó a sonreír mientras abría cuidadosamente la puerta habiendo hecho bajar a gran parte de sus compañeros a la planta inferior.

—Hans no es peligroso. —respondió, altamente decidida.

—Stella, escúchame. Hans es Hans, hoy te dice una cosa y mañana hace la contraria —Anna intentaba proteger a su nueva amiga con gesto de súplica, temiéndose lo peor—. Por favor, no quiero que te haga daño...

—Es mi mejor amigo, él nunca me haría daño. —pero justo cuando iba a poner un pie fuera del castillo, ocurrió algo que hizo sobresaltar a todos los presentes.

—¡Mentira! Yo soy tu mejor amigo —James llegaba junto a Maximus y su montura, teniendo que apoyar sus manos en las rodillas para coger aire y seguir hablando aunque no hubiese venido corriendo—. Él es tu novio.

—¿Pero qué...? ¿Estás bien, James? —preguntó ella, alzando una ceja al mismo tiempo que se alegraba por el retorno de su amigo.

—¡Dragnor! —Eugene aparecía tras James con las manos en la cabeza y los ojos extremadamente abiertos a causa de la impresión.

Frozen: El príncipe de fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora