Capítulo 25: El rumbo de tu corazón.

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Hans despertó en una cama que se encontraba en la planta superior de la propia taberna. Cuando el príncipe abrió los ojos, lo hizo con un gesto tranquilo y pausado, sin cesar la mirada de determinación hacia el techo. El día que tanto había ansiado aquel último mes había llegado, no iba a pisar Arendelle hasta aproximadamente una semana después, pero el mero hecho de poner rumbo al reino en cuestión ya le era motivo suficiente.

El pelirrojo se levantó de la cama; su mirada infundía auténtico pavor, verlo dirigirse hacia la puerta podía parecer de lo más normal, pero sus ojos estaban ardiendo al rojo vivo y en sus manos no había guante alguno, era cuestión de tiempo que cualquier emoción le hiciera descontrolarse. Hans abrió la puerta lentamente, bajó las escaleras y a medida que lo hacía fue observando a las personas que hace unas horas estaban de fiesta, cantando y bailando. No parecían encontrarse en unas condiciones demasiado decentes.

Stella yacía dormida, con los brazos apoyados en la mesa donde tantas y numerosas copas se sirvieron la pasada noche, pero la chica no había bebido ninguna, o eso quería creer Hans a juzgar por su comportamiento el día que cenó con él y sus hermanos. Dicky, por el contrario, estaba sentado en el mismo lugar mientras miraba a Stella, queriendo que despertara de un momento a otro.

—¿Stella? —Hans zarandeó el hombro de la chica hasta hacerla despertar, a lo cual ella respondió desperezándose los ojos y estirándose cómo pudo después de dormir en una postura algo incómoda.

—¿Ya nos vamos, no es algo pronto? —Stella mostró su cansancio del viaje anterior, aunque en verdad estaba deseando ir de un sitio a otro, nunca jamás había recorrido tanto mundo como aquellas últimas semanas.

—Ya mismo —al ver que la joven despertaba, el muchacho se encaminó hacia la puerta con paso firme—. Así que venga, date prisa. No debemos perder más tiempo.

Stella aceptó sin rechistar, cogiendo a Dicky entre sus brazos y saliendo por la puerta de la taberna, alcanzando a Hans. Aquello le recordó vagamente a la primera noche que pasaron juntos en la posada de las Islas del Sur.

—Oye Hans, ¿no nos deberíamos despedir de...? —pero antes de que ella terminara la frase, un individuo salió de entre los arbustos cercanos a la puerta.

—¡Repito que yo no fui! ¿Dónde he dejado mi lagarto? —James había pegado tal brinco para reincorporarse que asustó a los otros dos, y en realidad no estaba hablando con nadie.

—¿Y a este que le pasa ahora? —Hans miraba al muchacho arqueando una ceja, como era habitual.

—Sigue borracho desde anoche... —Stella movió su mano ante el rostro de James, que se encontraba muy pálido y presentaba grandes ojeras, por no hablar del pelo totalmente despeinado y la ropa desajustada—. Hola James, nos íbamos ya y no queríamos hacerlo sin despedirnos de ti.

—¿Iros? No, para nada, de aquí no se va nadie —el joven movía los brazos negando lo inevitable—. Quedan ustedes arrestados por el gobierno de las Islas del Norte.

—Hasta la vista, James. —Hans posó su mano cuidadosamente sobre el hombro del muchacho mientras pasaba por la izquierda a modo de despedida, pero el joven perdió el equilibrio de inmediato y tropezó hasta caer al suelo del interior de la taberna, junto a un rufián que acaba de despertar y lo miraba sin comprender.

—Estamos conociéndonos, ya sabes. —le dijo el moreno al contrario, mientras Stella se despedía entre risitas.

—¡Adiós James!

—¡Adiós Stella! ¡Adiós Dicky! ¡Adiós príncipe Hans Westergård de las Islas del Sur!

El príncipe suspiró rodando los ojos cada vez que escuchaba cómo el chico se dirigía hacia él nombrando todos sus títulos.

Frozen: El príncipe de fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora