Capítulo 3: La Isla de Dragnor.

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Allí estaba él, a orillas de una isla supuestamente desierta en mitad de la noche, bajo la lluvia y los relámpagos. Hans no tenía claro qué haría al amanecer, supongo que esperar a que un barco lo avistase y así poder salir de allí, debido a que no tenía ninguna otra posibilidad a la vista.

Mientras se acercaba a la espesura de los árboles que formaban aquella isla no podía olvidarse de la mirada de aquel muchacho entre las llamas, y tampoco podía evitar sentirse culpable.

—Si yo no hubiera escapado, el muchacho no se habría despistado tratando de ayudarme, y entonces no habría... —a Hans se le quebraba la voz solo de pensar en ello, y entonces tuvo otra reflexión que le hizo derramar alguna lágrima de rabia hacia sí mismo—. Si yo hubiera matado a la reina Anna estaría hundida en la más profunda de las tristezas, y no me gustaría que se sintiera peor de lo que me estoy sintiendo yo ahora. Soy un monstruo...

De manera inesperada un potente trueno le sobresaltó y devolvió a la realidad; estaba empapado por la lluvia y necesitaba encontrar un refugio, así que intentó perder de nuevo las penas y encontrar un lugar donde resguardarse del agua. Se olvidó por un momento de Fedrick y Arendelle para recordar lo que su hermano Linus le había contado sobre aquella isla. Era la isla más alejada de los dominios del Sur y esa era la causa de que estuviera deshabitada, pero su hermano creía en otra cosa.

El hermano de Hans era un amante de los animales y también bastante aficionado a leer mitos y leyendas referentes a los diversos reinos, y uno de los más notorios relacionado con aquella isla narraba que allí moraba una criatura legendaria a la que muy poca gente había visto, pues se decía que se ocultaba en lo más profundo de la pequeña isla, y dado que no llamaba la atención desde el exterior tratándose de una zona completamente salvaje, nadie se había preocupado de explorarla a fondo.

Linus se refería a ella como la Isla de Dragnor, que supuestamente se trataba del nombre de la bestia.


La leyenda que le había contado su hermano decía que aquel ser de gran tamaño tenía el don de conceder un deseo al que fuera a visitarlo, pero no todos los deseos eran tal y cómo el visitante quería, incluso muchas veces eran víctimas de un engaño que aquella criatura provocaba a conciencia.
A Hans le costaba creer aquellas historias, pero ya que de los doce hermanos mayores que tenía Linus era el que mejor le trataba, decidió darle el beneficio de la duda y ver con lo que se encontraría en aquella isla.


De la nada surgió un ruido, el crujir de unas ramas, Hans se dio media vuelta y pudo ver a un oso de gran tamaño erguido sobre sus patas traseras y rugiéndole ferozmente, haciendo que el príncipe se quedase sin aliento, inmóvil, notando solamente el latir de su corazón. En ese instante, sin ninguna idea decente a la vista y sin tiempo para encontrarla, Hans decidió probar suerte; se quitó poco a poco el guante de su mano derecha y lo lanzó hacia un árbol cercano, a lo que el animal desvió la mirada hacia la prenda, y cuando volvió a mirar al pelirrojo este ya no se encontraba allí.

Hans había huido, tenía que salvar la vida y buscar refugio o sería la cena de aquel hambriento mamífero. Mientras corría escuchaba cómo el oso lo perseguía rugiendo, parecía estar cada vez más cerca.

—¡¿Y a Linus le gustan estos bichos?! —exclamó a la vez que saltaba las piedras y esquivaba los árboles torpemente, ya que siendo de noche la oscuridad era total y absoluta.

Mientras echaba la vista atrás tratando de localizar al animal notó su pie hundirse en el suelo, así como todo su cuerpo un instante después. Había caído en una especie de cueva subterránea a través de un pequeño agujero, y sin pararse a ver lo que había allí, se quedó inmóvil y expectante a esa extraña entrada por la que había descendido debido a que el oso lo seguía buscando. Pasados unos minutos el animal asumió la pérdida y se marchó.

Frozen: El príncipe de fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora