Capítulo 40: ¿Puedo decir una locura? -Epílogo-

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Y llegó el día tan esperado; Shira y James tuvieron una boda en las Islas del Norte por todo lo alto, desde el amanecer hasta el anochecer. Se podía decir que James compartía aquella manera que tenía Eugene de festejar dichos eventos.

A la boda acudieron una gran parte de aquellos que se esperaba lo hicieran. La reina Elsa, junto a su hermana y Kristoff, no habían faltado a la cita, y aunque conocían desde hace no mucho a los novios, el poco tiempo había sido altamente intenso y la reina había hecho buenas migas con Shira, más allá de querer hacer palpable la nueva amistad entre Arendelle y las Islas del Sur.

El padre del chico no había faltado tampoco, pues el señor Skins no paraba de repetir lo orgulloso que se sentía por su hijo, aunque de vez en cuando bromeara con alguna de sus tonterías. Los invitados por parte de la novia no se habían quedado cortos, absolutamente todos los hermanos de las Islas del Sur estaban juntos y en orden, mirando orgullosos a su reencontrada hermana pequeña, junto a Hans estaba Stella, pues la chica no quería perderse la cita y menos cuando James se había convertido en uno de sus mejores amigos.

La fiesta duró cerca de una semana, aunque casi no se acordaron ni de la mitad. James, echó en falta la presencia de un viejo amigo suyo, aquel chico de cabellos rojizos llamado Roy que desapareció de su vida cuando él comenzó a salir con Shira. Así fueron pasando los días hasta todos volvieron a sus reinos, incluidos James y Shira, que aunque tenían pensado instalarse en el sur aún debían viajar al norte.

Eso es todo lo que Hans recordaba de la fiesta; una pareja feliz que tras mucho tiempo se había reencontrado y ahora hacían de su sueño una realidad.

El príncipe estaba sentado en la cama de su habitación, era bastante tarde y sus pensamientos muy intensos. Aquella chica había sido lo mejor que le había pasado en años, ni una corona ni el hecho de sentirse reconocido por parte de nadie, nada de eso. Si de verdad alguna vez había tenido el corazón helado, ahora ya no lo sentía así.

El pelirrojo notó un bulto en el interior de su chaqueta, y tras rebuscar en uno de sus bolsillos, encontró dos objetos algo arrugados. Uno era una carta, aquella carta que se escribió a sí mismo y que no se atrevió a terminar la última vez que lo hizo, decidiéndose esta vez a leer las frases restantes.

Seguramente te sigan ocurriendo cosas malas, es inevitable. Pero no podría haber cosas buenas sin las malas, así que si te ocurre algo bueno, aprovéchalo.

El otro objeto era un dibujo hecho en tela, el dibujo que representaba dos personas, una pelirroja y otra algo más bajita y morena. Hans no pudo evitar sonreír al ver aquella bola blanca que intentaba simular a Dicky. Aquello fueron los días más emocionantes de su vida, aunque no estuviera orgulloso de todo lo que ocurrió.

Se levantó y caminó lentamente hacia la ventana, observando toda la desolación que Dragnor había causado días atrás, se apreciaban minúsculas hogueras y algunas personas en la calle refugiadas a pesar de que Klaus hacía todo lo posible para poner el castillo a su disposición, el cual también estaba dañado en algunas zonas.

Y entonces, como si fuera impulsado por un acto involuntario, se dirigió al pasillo, bajó las escaleras, cruzó los escombros del pueblo hacia el puerto donde se encontraban los barcos, y como muchas otras veces, se dirigió a donde ordenaba su corazón.

Pasaron unos cuantos días desde aquello. La noche se cernía sobre Weselton y la misteriosa desaparición del príncipe Hans era toda una preocupación para quienes le conocían, entre ellos Stella. La chica se había puesto el pijama, ya que estaba a punto de irse a dormir, o a intentarlo. Ahora tenía a Dicky pero se sentía sola en casa, su padre ya no estaba y su hermano tampoco, extrañaba a mucha gente y más después de todas las grandes amistades que había hecho en las últimas semanas.

Frozen: El príncipe de fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora