Prólogo

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Los dragones de hielo salieron de la nada.

Debería haber sido una noche tranquila; no deberían haber visto a nadie más aparte de Alas Celestes y otros Alas Lodosas en su patrulla a lo largo de la frontera montañosa entre sus reinos. No había habido una batalla cerca de su aldea desde la que perdieron a Grulla, hacia dieciséis días.

Junco todavía no podía pensar en esa batalla sin sentir un enorme hoyo abierto dentro de su pecho. A veces quería cerrar los ojos y caer en ese hoyo y no salir nunca. Pero no pudo: tenía otros cuatro hermanos y hermanas que dependían de él. Él era su líder, su alas grandes, aunque ahora sabía que no debía serlo. Debería haber sido su hermano Cieno, cuyo huevo fue robado antes de que todos eclosionaran.

-¿Has oído eso?- Susurró Pardo, lanzándose para volar a su lado. El dragón más pequeño en su grupo de hermanos Alas Lodosas, Pardo también era el más observador. Junco ya sabía que siempre valía la pena escucharlo.

-¿Qué?- Junco susurró en respuesta, inclinando la cabeza y aguzando el oído. Sus alas atraparon las corrientes de aire mientras ambos se elevaban más alto, y estudió las formas oscuras y dentadas de las Garras de las Montañas de las Nubes. No podía ver ningún movimiento ni oír el batir de las alas.

Aún así, se dio la vuelta para ver cómo estaban sus hermanos y hermanas, llamándolos para que se acercaran con un movimiento de su cola. En un momento, Faisán, Sora y Pantano volaban en formación cerrada detrás de él.

-Me ha parecido escuchar un siseo-, dijo Pardo. -En algún lugar cercano-. Junco miró con inquietud los árboles en sombras que cubrían la ladera de la montaña debajo de ellos. Cualquier cosa podría estar escondida allí.

Pero el único sonido que escuchó fue el del general de los Alas Arenosas más adelante, llamando a todo volumen como si "patrulla sigilosa" fuera solo un nombre divertido para lo que estaban haciendo.

-¡Moveos, Alas Lodosas!- gritó el dragón de arena. Su escuadrón de siete Alas Arenosas, todos ferozmente leales a la Reina Brasas, se cernía detrás de él, gruñendo: -¡Quiero terminar esta patrulla y dormir un poco esta noche!-

-Probablemente no fue nada-, le dijo Pardo a Junco.

Y fue entonces cuando los nueve dragones de hielo de repente salieron disparados del bosque y atacaron a los Alas Arenosas.

Fue tan rápido, tan calculado y raudo y repentino, que dos Alas Arenosas fueron enviados en espiral hacia el suelo con las alas destrozadas y la sangre brotando de sus gargantas antes de que Junco pudiera siquiera procesar que se trataba de un ataque real.

Pantano chilló de terror y agarró a Junco, casi tirando al alas grandes del cielo. Pantano nunca se había recuperado realmente de su primera batalla, donde había visto morir a su hermana Grulla frente a él. <<Necesito hacer algo al respecto>>, pensó Junco, <<pero no ahora>>

-¡Pantano, mantén la calma!- gritó, liberando su ala. -¡Vamos, rápido, tenemos que ayudar!-

Disparó una ráfaga de fuego al mayor Ala Helada, que estaba lidiando con el general de los Alas Arenosas. Sus dientes se cerraron de golpe y le siseó, pero estaba demasiado ocupada con el Ala Arenosa para ir tras Junco. Giró en el aire, arremetiendo contra unas escamas blancas plateadas mientras otro Ala Helada atacaba su flanco. Se agarraron el uno al otro con garras feroces por un momento, el viento azotaba sus alas. Finalmente, Junco logró toser otro rayo de llamas y el Ala Helada se apartó, evitando por poco una nariz chamuscada.

Junco vio un Ala Helada lanzándose hacia Pardo y saltó para hacer a un lado a su hermano, recibiendo la peor parte del impulso del dragón blanco contra su pecho. Mientras se tambaleaba hacia atrás, vio a otra Ala Helada envolver sus peligrosas garras alrededor del cuello de Sora, y rugió con furia. Faisán estuvo allí en un instante, arrojando el Ala Helada de Sora, pero la dragona de hielo regresó hacia ellos con la boca abierta para disparar su aliento helado.

Alas de Fuego: El Secreto OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora