Prólogo

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Aleksander despertó con un terrible dolor de cabeza en la morgue del campamento militar de Kribirsk al lado de una chica que no conocía de nada vestida con la túnica de Sankta Alina. Confundido, se levantó con dificultad y se sobresaltó al oír gritar a Genya cuando entraba en la sala para acabar de preparar los cadáveres que arderían esa misma tarde en la pira. Genya con los ojos desorbitados y señalando con el dedo índice al que para ella seguía siendo el Oscuro, le acusó...

- Tú... estás muerto, ¿no? - le temblaba la voz.

El Oscuro levantó las manos para invocar a las sombras. La habitación empezó a volverse más oscura de lo que ya era, pero fue en ese momento en el que Genya le miró con el único ojo bueno recordando quién había sido el que le había arrancado la belleza de la noche a la mañana. Dejó la rabia a un lado.

- Alina ha pedido incinerarte con ella. - continuó fijando su mirada.

Los ojos del Oscuro se abrieron de par en par y bajó las manos despacio. La habitación volvió a su oscuridad natural. No entendía nada y se temía lo peor.

- Ella... está... - no le salían las palabras-.

- ...viva. - terminó la frase Genya-. Está con Mal.

El Oscuro miró a su alrededor. Contempló la sangre, el frío, el mal olor de un lugar donde descansan los muertos. Se miró a sí mismo. Estaba bien peinado, su kefka negra impecable. Ni una sola mancha de sangre, ni polvo, ni arena. Ni siquiera un triste arañazo en el rostro.

- ¿Has sido tú? - Genya asintió levemente. - ¿Por qué?

- Porque siempre he creído en ti. Siempre has querido lo mejor para los Grisha y estuviste allí cuando te pedí ayuda. Siempre luchaste por nosotros. - Se le  empezaron a empañar los ojos. - Quería seguirte pero lo que estabas haciendo... no estaba bien. Yo... - desvió la mirada-. No quería formar parte de eso.

El Oscuro la miró fijamente unos instantes. Veía su sufrimiento, lo notaba. Sabía que si se acercaba a ella, se alejaría. Se quedó mirando a la "Sankta Alina". Recordó el momento en que vio la luz salir de su cuerpo, cuando perdió su eternidad, cuando la perdió para siempre. Se quedó sin aire al recordar cuando le apuñaló. Recordó sus lágrimas, sus labios articulando su nombre, su voz susurrándolo. Le invadió la asfixia. Su corazón tronaba muy fuerte. Las paredes se acercaban. Entonces, se dio cuenta. Como se dio cuenta cuando vio la luz alzarse en la Sombra: estaba solo, ahora quizás para siempre jamás. Genya vio cómo su respiración era más fuerte y ruidosa, pero débil. Se acercó a él temblorosa. Él la agarró del brazo.

- Genya. - consiguió articular entrecortadamente-. Hazme un último favor.

    El Oscuro cogió de la mesa con varias herramientas un bisturí.

- Mátame. - le suplicó el Oscuro.

    Genya cogió el bisturí de entre los dedos del Oscuro.

- No puedo. - le miró por fin después de titubear unos instantes.

- ¿Por qué? - se sorprendió.

    Genya le cogió la mano.

- Por la misma razón por la que tú no me mataste cuando te traicioné.

    Dejó el bisturí despacio encima de la mesa.

- Coge ropa de ese cesto y deja la que llevas. Yo me encargaré de que el Oscuro y el Hereje Negro mueran para siempre. - le dijo dándose la vuelta mientras señalaba el carrito de la ropa.

    Salió de la sala dejando el silencio atrás. Al cabo de media hora, cuando Genya volvió a entrar, no había rastro ni del Oscuro ni del Hereje Negro. Se le dibujó una leve sonrisa en el rostro. Fue a la habitación contigua a coger un cadáver que tuviera una estatura similar a la del Oscuro. Lo encontró. Lo desvistió, lo vistió de su negro característico y le cambió la cara. Una invasión de culpabilidad le inmovilizó el cuerpo. Había dejado escapar al hombre más peligroso de toda Ravka, posiblemente del mundo. Los pensamientos de volver a ser acusada como traidora o las vidas que había puesto en juego aparecieron por la cabeza. Podía encubrirlo todo. Fuera como fuera, se llevaría el secreto a la tumba como una buena soldado.

Seamos eternos juntos [Darklina] [Sombra y Hueso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora