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Dicen que la curiosidad mató al gato. Al que quería saber y conocer más de lo que debía. Quizá me sentía un poco como el gato y es que la curiosidad cada vez crecía más y más dentro de mí. ¿Qué había hecho Isaac para no poder salir de mi cabeza? ¿Quién era él realmente?

A penas habíamos hablado, y las veces que lo habíamos hecho no eran ni mucho menos conversaciones decentes. Pero había algo de él que me llamaba, no sabía si era su mundo, o todo lo que podía haber debajo de esa capa de frialdad y pasotismo... fuera lo que fuera estaba ahí y me hacía sentirme atraída hacia él.

No sabía si eso me gustaba o me aterraba. Y no porque fuera una persona reacia al amor, al revés, desde pequeña me había encantado leer sobre él. Y era un sentimiento que abarcaba mucho en mi vida personal; desde el amor fraternal, el amor por mi familia, el amor por las cosas que tanto me gustan...

El amor me recordaba a los colores, y es que había muchos y de muchos tipos. De esos amores que llenaban y te hacían sentir único y especial; y amores que vaciaban, esos en los que a pesar de las ganas y esfuerzo que ponías, después te decepcionaban, porque no cumplían tus expectativas o te destrozaban por completo.

No me daba miedo sentir amor hacia Isaac, de hecho, pensaba que el amor era uno de los actos más bonitos y especiales que teníamos. Pero era verdad, que llegar a querer a alguien tanto, era difícil de conseguir, no imposible, pero si complicado. Era un camino lleno de espinas en el que, si te cortabas con alguna de ellas, la herida no era lo suficiente profunda para no poder seguir adelante, pero si lo suficiente como para recordarte de lo que habías sufrido. Quizá ese era mi miedo. El dolor que me podía causar el perder a alguien a quien he querido o sufrir por querer.

Y esa curiosidad, fue la que me llevó, esa noche, en vez de dirigirme a la mansión para cenar, a la piscina climatizada. Era viernes y Sophie y Cameron se habían llevado a los niños de excursión a la montaña hasta el domingo. Y Katy había aprovechado la ocasión para ir a visitar a unos primos suyos. Por lo que en la casa estaríamos Nick, Isaac y yo solos.

Una vez delante de la puerta de la piscina, metí la llave para abrir y empujé cuando la cerradura cedió. El calor y la humedad fue inmediata. Los rizos se me empezaron a pegar a la espalda y a la frente. La piscina por dentro era igual de grande que la exterior, con la diferencia de que también tenía zona de gimnasio y unos bancos.

Me quité el albornoz que llevaba puesto, quedándome en ropa interior. Ya que esa noche estaba sola y todos mis bikinis estaban en Willow.

Cuando me metí, el agua estaba perfecta. Me sumergí hacia el fondo hasta que tuve que salir a respirar, e hice lo mismo varias veces. Hasta que me cansé y empecé a nadar. No me di cuenta de que no estaba sola, cuando vi unas piernas colgando del borde de la piscina.

—    Veo que te gusta mi piscina. —dijo Isaac, que estaba sentado en el borde de la piscina.

Instintivamente, intenté taparme el cuerpo ya que a pesar de que llevaba ropa interior puesta, el sujetador era lo suficientemente transparente como para que se me vieran los pechos. Él siguió mi movimiento bajando la mirada hacia mis pechos, para luego volver a mirarme con las cejas levantadas.

—    ¿Nunca has visto a una mujer con ropa interior?

—    Y sin. —me dijo.

—    Qué pena que hoy no sea uno de esos días. —dije encogiéndome de hombros.

—    Me da igual. —dijo enfrentándome con la mirada.

—    Mejor. —le dije mientras apartaba los brazos que me cubrían los pechos. —Así estoy más cómoda.

Creo que te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora