1. Acosada

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Estaba muerta. Pero para eso tenían que pillarla. Correr como la vida que pide pista para volar.

-¿Cómo  narices puede correr tanto con esos tacones? -dijo Pol con verdadero pavor a perderla.

-¡Pero si solo es una puñetera profesora! -gritó Fran despavorido, con las gotas de sudor resbalando por la nuca.

-¡Se nos va a escapar! -añadió Pol embutido en unos vaqueros ajustados que le obligaban a dar lo mejor de si en la frenética carrera.

-Con lo buena que está y el por culo que está dando, lástima que... -se quejó Fran sin terminar la frase con miedo a asfixiarse si continuaba hablando.

A Nayua, enchufada perdida, no le faltaban ni las alas para volar. Le importaba un pimiento ir enseñando el tanga a cada zancada que lanzaba tacón mediante, mientras su minifalda aleteaba como cisne que despega. ¿Cómo se le había ocurrido quemar el USB de memoria con toda la información? 

-¡Maldita sea! -gritó Pol al girar la esquina y ver que había desaparecido.

-Pero qué... ¿Cómo es posible? -exclamó Fran recuperando el resuello mientras apoyaba las manos en las piernas.

-Silencio, no puede haberse esfumado, busquémosla -ordenó el de los vaqueros ajustados y camiseta oscura de la canción Nothing Else Matters de Metallica.

Nayua se afanaba por calmarse, intentaba respirar profundamente y cada vez más lento. No quería que la escucharan, estaba tentando su suerte escondida tan cerca pero, a la vez, tan inesperadamente.

-¡¿Joder, aquí hay gente a cualquier hora del día cualquier día del año o qué?! -se quejó Fran.

Años dedicados a descifrar el manuscrito de Voynich, viajes a la Universidad de Yale, visitas a gente indeseable..., y cuando lo consigue no le queda otra que destruirlo. Una vida dedicada a rastrear la historia del maldito libro, a los Medici, a quien se le ocurrió la brillante idea de... Necesitaba respirar. La plaza mayor estaba repleta, y llenar la Plaza Mayor de Madrid era mucho llenar. Conforme dobló la esquina con escasos diez segundos de margen, se recogió el pelo en un moño y se puso una chamarreta que le había birlado al que bebía la que probablemente sería la última cerveza. No se hubiera enterado ni de un sartenazo en la cabeza. Con los tacones  debajo de las axilas, camuflados por aquella extraña cazadora que le quedaba grande, con menos estatura y sin el pelo suelto, era más fácil confundir a sus perseguidores. Pero debía regresar a la Biblioteca Nacional, había dejado allí su pequeña mochila de piel. ¿Cómo volver sin arriesgarse? Uf. Móvil, monedero, llaves... Incluso su inyección de adrenalina por la brutal alergia a las avispas que padecía. 

Se topó con un billete de 50 en el bolsillo de atrás de la minifalda tableada que llevaba. Una colegiala con título universitario y doctorado en mitad de uno de los bullicios que siempre evitaba. Entró en una tienda de souvenirs de la plaza, compró unas zapatillas con el logo de Spain que parecían nice de lo horteras que eran y alquiló un patinete eléctrico dispuesta a volver a la Biblioteca Nacional.

"No creo que me vayan a buscar justo donde creen que no voy a volver por peligroso. Para ellos soy un asustadizo ratón de biblioteca que rehúye el peligro", pensó.

600 años de intentos de dar con la tecla, estudios sobre si la lengua es real o inventada... Era el descubrimiento del siglo, y ahora ya no podría demostrar su autoría. 

O sí.

Mi sueño en tu bocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora