El humo saliendo a la superficie desde el búnker parecía delatar una noche ebria de tabaco. Porque la noche, como la política, confunde a las personas, y aquella era noche de embriagar sentidos y acusar infiernos. Hunter se devanaba los sesos por encontrar salida en ese estado descontrolado. Nunca jamás se había encontrado en una situación límite en la que el síndrome de Estocolmo se hubiera vuelto una parodia. Y eso no le gustaba, por lo más sagrado que no. Perder el control de la situación por cuestiones lógicas entraba dentro de lo esperable, ya contaba con todas las posibilidades imaginables, y las que no. Pero eso era nuevo para él. Ilógico. Incómodo. Inesperable. Desconcertante. Peligroso. Nayua y aquel calicó parecían un conejo a punto de ser atrapado por un perro callejero, lo que no sabía el chucho es que esa presa ya tenía cazador.
-Tengo que volver... -comenzó a hablar Nayua, ya despejada del ataque de risa nerviosa.
-Negativo -contestó Hunter sin ni siquiera replanteárselo, sin dejarla terminar.
-He de volver, no lo entiendes -añadió la mujer.
-¿Qué es lo que no hago? Yo te lo diré: repetir las cosas -concluyó la conversación tirando de obviedad.
La lingüista bajo la cabeza, como si la hubiera vencido el mismísimo demonio en una injusta pelea a muerte. Cuando dio tres pasos en la dirección conveniente, esa que le hizo creer a Hunter que se salía con la suya, retrocedió y desapareció en la humareda.
-Del tirón a la boca del lobo -sonrió el calicó.
Hunter lo miró con desdén y, sin ni siquiera girar la cabeza, alzó la mano a su espalda y buscó en la pared, conocedor de su entorno. Cinco segundos después, aquel desdichado militar se quedó sin sentido de un sartenazo.
-Directa al kiosko -concluyó mientras se disponía a seguir a la mujer-, eso te pasa por quitarte el casco. -Y es que conducir la vida sin casco cerca de Hunter era asunto peligroso.
Se disponía a calcular lo que iba a encontrarse al penetrar en la neblina artificial cuando Nayua surgió de la nada.
-¡Cogedla! -se oía detrás de sus espaldas.
-Podríamos ya estar en tierra de nadie -gritó Hunter mientras cubrió la huida con disparos.
Bajo el cielo nocturno, donde la luna parecía un ojo que parpadeaba entre nubes errantes, el búnker de Hunter, un santuario de cemento y acero, de nuevo se convirtió en el epicentro de una batalla feroz. Las paredes, impregnadas con el eco de estrategias militares, vibraban con la tensión del asalto. Hunter y Nayua, eran dos sombras danzando al borde del abismo, y se movían con una sincronía nacida de la necesidad y el instinto. En un momento de tensión, sus miradas se encontraron, un fuego no resuelto parecía arder entre ellos, una promesa de algo más allá de la supervivencia, o quizás solo en él. Sin embargo, el tiempo era un lujo que no podían permitirse.
Con un susurro de urgencia, Hunter instó a Nayua hacia el tubo de escape.
-En este juego de sombras, hasta la luz más tenue puede ser tu guía -dijo él con una seguridad que desafiaba al peligro. -¡Entra!
Nayua, con la mano en el bolsillo asegurándose de que llevaba los pendientes, echó una última mirada al búnker, sabía que ese no era un adiós a la amenaza, sino un preludio de lo que estaba por venir. Solo era un asalto.
Juntos, se deslizaron hacia la oscuridad desconocida, dejando atrás el eco de un lugar que estaba a punto de cambiar para siempre. Hunter activó manualmente la autodestrucción de aquel refugio en el subsuelo y una serie de detonaciones lo sepultaron por completo.
Justo cuando se preparaban para desaparecer en la penumbra, una figura emergió del humo, una silueta que Hunter reconoció al instante.
-No tan rápido -dijo aquella figura con una voz suave pero firme.
-Alexei -susurró incrédulo Hunter- ¿Qué demonios haces aquí? -se preguntó sorprendido aquel cazador de temple inmutable al observar a su propio mentor surgir de la nada en mitad de la destrucción.
Nayua quedó expectante. En la penumbra de la noche, el futuro se extendía ante ellos como un lienzo en blanco, lleno de posibilidades y peligros. El viento susurraba promesas de desafíos y descubrimientos, y la luna seguía siendo un testigo silencioso de su vida. Conforme la silueta continuó acercándose, la mujer pudo dar forma en su cabeza a la imagen que tenía delante.
-¿Jon?
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Mi sueño en tu boca
RomanceCuando la vida de miles de personas depende de que una experta lingüista traduzca el manuscrito de Voynich, jamás descifrado, la popularidad pondrá en peligro su propia vida. Pero si, además, se convierte en la obsesión de quien provoca dicho peligr...