40. Respuestas

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El rugido sutil del jet privado se mezclaba con la agitación de pensamientos y estrategias en la mente de sus ocupantes. Con el cambio climático, las turbulencias eran mayores y más frecuentes de lo habitual e impedían pasear por el interior del aparato sin algún tropiezo. Aun así, Dan no paraba de cambiar de sitio: de un cómodo sillón con pantalla de ordenador incorporada a otro, cada negocio tenía su propia computación. Pensando en mil cosas a la vez, parecía otro de sus ordenadores multitarea: Nayua, el asesinato, descubrir la identidad de los que estaban detrás, a quiénes se refería Sixto VI, las acciones subiendo, la venta de activos, la compra de empresas, el diseño de nuevos productos... Estaba absorto con la lectura mil detalles. Su modus operandi era ir cerrando pequeñas tareas para dejar las más complejas al final. Repasando su siguiente paso en función de los datos de los que disponía, trazando plan incluso para improvisar. Constantemente dando órdenes a Paola, que era efectiva como el mejor de sus ordenadores, y eso que estaba construyéndose uno cuántico.

La tensión en el aire era palpable, una mezcla de urgencia y expectación, sobre todo para Nayua, sentada en un asiento de cuero, par con otro, que parecía ser de la zona de ocio del espacioso jet. Ella observaba el paisaje que se deslizaba rápidamente bajo el avión. A pesar de la velocidad y la altitud, se sentía anclada por un mar de inquietudes. Su mirada ocasionalmente se desviaba hacia Dan, estudiando su perfil concentrado, una silueta de determinación y misterio. Se acariciaba la muñeca, como si el hecho del contacto con su propia piel pudiera activar un pozo sin fondo de sabiduría que le diera las respuestas a la ingente cantidad de preguntas que tenía en mente. Estando tan controlada y sin libertad para seguir su plan inicial, no podía contactar con otras personas que esperaban órdenes. Había enviado una copia del Voynich traducido, por supuesto, pero sin instrucciones claras al respecto. Pero lo que más le impedía desconectar de su mundo y conectar con la realidad no era eso, ni siquiera el repentino deseo de aquel hombre que la mantenía retenida contra su voluntad. Cuando Dan se sentaba a trabajar un momento, ella aprovechaba para pasear por la cabina del jet, que no era pequeño. Era un universo de lujo y tecnología, donde cada detalle reflejaba el estatus y la sofisticación de su dueño. Nayua se sentía fuera de lugar en ese mundo de alta gama, un contraste que la hacía aún más consciente de la brecha entre sus realidades cotidianas. 

-No podría ni pagarme el enchufe del sillón -se le escapó por la boca cuando creía que solo lo pensaba.

Dan, sin levantar la mirada, sonrío casi imperceptiblemente. Ella se dio cuenta de que ni siquiera concentrado en el trabajo le quitaba una neurona, al menos, de encima. Era estresante tanto control, no podía ser ella misma y cagarla con tranquilidad,  no, tenía que ser observada como en cualquier vulgar realityshow.

Paola, que lo mismo operaba en bolsa con un complejo programa informático, que repartía hostias como panes si hacía falta, también servía alcohol en los vuelos privados. Pero sin atuendo de azafata, lucía un precioso vestido de seda cardenal entallado, corte recto, cuello de barca y altura a la rodilla. Parecía adicta a los zapatos de tacón y los gemelos eran los de una futbolista a pesar de ser delgada.

-No gracias -rehusó la profesora,  una copa de vino espumoso que olía como si Baco estuviera preparando fiesta. Quería tener la cabeza despejada por si acaso surgía la ocasión de escapar.

-Es sin alcohol -indicó Paola insistiendo con una sonrisa a la que nadie podría haberse negado.

Naya aceptó. La copa era una finísima obra de arte. Boca y cáliz talladas levemente, la base en forma de estrella con las puntas metalizadas y el tallo de metal y alguna incrustación minúscula. Casi había aceptado más por observar la obra de arte de cerca que por el gusto de humedecer los labios con algo que olía tan bien. Lo probó y no pudo soltar un improperio de los que no parecían ir con su educación.

-Coño, que no tiene alcohol dice... -dijo mientras se arrepentía de su impulso. Así que pensó que como ese día no le quedaba más profundo donde caer, de perdidos al río. Se dispuso a saborear tranquilamente la bebida.

Dan volvió a sonreír y a Nayua volvió a fastidiarle.

-Para acompañar -dijo Paola mientras le ofrecía arándanos y nueces pecanas. La combinación era deliciosa. 

Dan se levantó de su última ubicación, pensativo. Dio un par de vueltas por el avión, despacio, con una tableta en la mano, escribiendo como loco con una sola mano, como sádico que dispara a traición. Después, se metió en la cabina del piloto y cerró por dentro.

Nayua observó extrañada todo el deambular. No entendía cómo podía mantener un cuerpo de gimnasio sin pisarlo, porque no lo había visto ni una sola vez hacer nada parecido al ejercicio físico. Sin embargo, la agilidad y el porte eran de horas machacando el cuerpo con pesas, lo tenía claro. Pero ¿y a ella qué demonios le importaba? Por ella, como si visitaba Pandora pintado de azul. Lo había mirado porque no le quedaba más remedio, el avión era grande, pero no como para ignorar a alguien en el mismo espacio, era imposible mirar a algún lado sin tropezárselo. Y claro, mirar a alguien de espaldas es normal que lo veas completo, no vas a obviar el trasero, sería como autocensura y ella no creía en tamañas sandeces...

-¿Desea algo más? -preguntó Paola, servicial por definición con la botella de espumoso envuelta en una sedosa servilleta blanca.

-Ni se te ocurra tratarme de señora -dijo mientras le devolvía la copa vacía y disimulaba el escaneo en toda regla que le había hecho a su jefe.

-No se me ocurriría -añadió mientras le llenaba la copa en vez de retirarla.

-No.... -pero cuando reaccionó ya la tenía a más de la mitad.

-No se preocupe, la bebida lo merece y aquí está a salvo. El señor Martin no es muy ortodoxo, desde luego, y puede parecer que su ego está aún un poco... por mejorar, quiero decir, pero es una persona honesta y digna de confianza -aseguró mientras se retiraba como las sombras huyen de la luz, antes de tener que dar explicaciones.

"Te ha pagado por decir eso", pensó Nayua.

-No, no me paga por decir eso.



Mi sueño en tu bocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora