26. Catarsis

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La lluvia, tan inesperada como un Jon con nombre Alexei, golpeaba incansablemente los cristales de la ventana, creando un ritmo hipnótico que resonaba a través de la habitación, en penumbra. Nayua se encontraba sentada en el borde de la cama, su mirada perdida en las gotas que se deslizaban por el vidrio, cada una llevando consigo una intención no cometida. El apartamento, un pequeño refugio en un rincón olvidado de la ciudad, era el vestigio de la clase media venida a menos. Ocultando más de lo que revelaba, los escasos muebles de mala calidad, sucios y destartalados, prometían haber lucido en mejores condiciones años atrás. Miraba de reojo a Jon, que se mantenía callado y expectante, sentado sobre un taburete deteriorado que se balanceaba sobre sus patas traseras al compás de la monótona lluvia. "Me encantabas, Jon", pensó Nayua, taciturna, dolida, desconfiada. ¿Cómo había podido convertirse Jon en alguien un escalón por debajo de alguien a quien apenas conocía como Hunter? No podía creerlo. No le cabía más decepciones en el corazón. Ella solo había entregado su pasión a su profesión, intentaba hacer su trabajo lo mejor posible, disfrutaba de su profesionalidad sin meterse con nadie. No sabía cómo una ambición tan sana como querer desvelar los secretos del Voynich podía haberse convertido en oscuridad en lo que parecía un universo paralelo de mentiras, traiciones y peligros de tales dimensiones que no le entraba en la neurona que había destinado para el sentido común y la lógica.

Fuera, las horas caían como hojas secas de un árbol, y la noche rendía el mundo ante un manto de melancolía líquida, un testigo silencioso de cómo la vida siempre es imprevisible, por definición.

Desde la llegada de Hunter y Dan a su vida, cada día había sido un ajedrez viviente, cada movimiento más peligroso que el anterior. Nayua podía sentir la electricidad en el aire, un presagio de lo que estaba por venir. Pero Jon ese que se había convertido en su refugio, su paz, su hogar, esa familia que se escoge, ahora era cueva oscura por descartar. "No, no eres una maricona loca", pensó, "me ha salido la maricona rana".

-Necesito darme una ducha... -dijo Nayua mientras se dirigía al baño, aún sin ubicar.

-Pero... -interrumpió Hunter.

-Necesitaba esa ducha hace siglos, la necesito ahora y no voy a necesitarla dentro, como mucho, de 10 minutos -contestó tajante.

Cuando llegó al baño y abrió el grifo de la ducha no salió ni una gota de agua.

-...No hay agua -concluyó Hunter.

El resoplido de la mujer se escuchó en el descansillo del portal. Jon, que para algo la conocía ya, estaba calentando agua en la olla más grande que encontró y, cuando el agua hubo hervido la vertió en un cubo de plástico al que había sacudido para eliminar el polvo, de aquella manera.

-No necesito tu ayuda -Nayua cortó la conversación antes de empezarla.

-Toda tuya -añadió Jon gesticulando con los brazos, como si le pasara una pesada carga a Hunter.

El militar no dijo nada. Era como un oso pardo en busca de miel, corpulento y decidido, seguro de lo que iba a hacer. Harto de que la tensión fuera tan densa que le impedía pensar, decidió cortar por lo sano. Y sin cuchillo. Completó el cubo con un par de botellas de agua embotellada y lo metió en el baño, empujó dentro a Nayua y cerró la puerta de un portazo pero, al ser tan vieja y maltrecha, rebotó tres veces antes de cimbrear hasta hacer música. Acto seguido, se sentó en un sofá cochambroso que no dudó en protestar soltando una capa de polvo que parecía sacar el paracaídas antes de volver a su sitio.

-Esto parece una película de bajo presupuesto -susurró Nayua intentando no abrasarse mientras introducía en el agua pedazos de papel higiénico con el que intentaba adecentarse.

-Pues entonces nos falta la mala cerveza -añadió Jon Alexei para romper el mal ambiente, en la línea de aquel Jon que Nayua conoció una vez. O eso creía -ni Cruzcampo hay- dijo ojeando el frigorífico, o algo que algún día lo fue. -Necesitamos una compra de urgencia, ahora vuelvo-. 

Y cuando Hunter levantó la mirada, ya se había marchado.

Hunter observaba de reojo a la profesora por el resquicio que la puerta había dejado al rebotar. Los brazos torneados, era fibrosa, algo raro en una profesora, pensó. La piel invitaba al tacto, siguió pensando mientras la miraba. Aún de espaldas, se notaba su enfado. Transmitía sentimiento de decepción hasta por los poros. Los movimientos eran lentos, pero rabiosos. Las gotas de agua resbalaban al suelo mientras se lavaba al ritmo de la lluvia. En la semipenumbra, el vapor del agua caliente enrarecía aquel ambiente sucio. Nayua empezó a llorar, en silencio. Sin embargo, el silencio solo lo es cuando se acompaña de soledad, en el ánimo de Hunter, esas lágrimas removieron su ser. Se levantó y fue a consolarla.

-Hey, guarda algo para luego, ahora en mitad de la ducha y con la lluvia no luce -le dijo mientras le levantaba la barbilla.

Se miraron cinco largos segundos, eternidades más rápidas habían ocurrido en el universo. Hunter por fin se reconoció a sí mismo la extraña sensación que sentía al estar junto a ella: era pura atracción. Sí. Lo era. Esa incomodidad que le provocaba su presencia pero la que no podía apartarse. Cómo deseaba besarla. Ella lo miraba con cara de póker, el militar no sabía interpretar si era bueno o malo lo que estaba pensando aquella pasión hecha mujer, lo que estaba sintiendo. La respiración entrecortada apenas oxigenaba su cerebro. No le dejaba pensar. No quería dejarse llevar, no podía evitar dejarse llevar. Y, entonces, ocurrió. Jon interrumpió la escena.

-Se me había olvidado el móvil.

Mi sueño en tu bocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora