Sobre el escritorio repleto de preciados pergaminos, incunables y libros de cuantioso valor histórico, un papiro, con mango de marfil y borla de seda que alguna vez pudo ser morada, destacaba sobre el monto no solo por su apariencia elegante y frágil. El rollo, anterior a la Biblia Septuaginta datada en el siglo III antes de Cristo, era el primero que hablaba de los dragones, entre muchas de sus peculiaridades. Un documento de los más valiosos del mundo, traducción directa del sánscrito védico al latín: el Zoephos, Luz de vida, el libro perdido de Homero, probablemente del s. VIII a. C. Sus exitosísimas fórmulas naturales de belleza, que solo los que optaban a pasar un mes en alguna de sus Clínica de rejuvenecimiento, tan exclusivas, podían disfrutar, eran todas de allí. "Existe una vida mejor, pero es más cara", se decía continuamente. A su lado, el Aurora Arcana y el Lux Codex, libros divinos por excelencia, ignotos aún el ámbito médico —y ambos en su colección, esa que nadie conocía y que le había hecho rico—, eran un tebeo de Mortadelo y Filemón y un cómic de los X men.
Dan se dirigió al volumen y lo admiró como si fuera la primera vez. Era muy frágil, solo lo desplegó una vez para sacar una copia digital que guardaba en casa fuerte. Pasó sus dedos por la suave borla y sus flecos. Le encantaba sentir la suavidad entre los pliegues de los dedos.
Repentinamente, le vino a la cabeza la imagen de Nayua. Su esponjoso cabello, sus ojos felinos tan profundos... Sus sensuales labios, tan apetecibles... Jugosos. Abrió los ojos, y se deshizo de pensamientos que le impidieran focalizar el placer de sus lecturas.
Bajo el intrigante Codex Obscurum, con su cubierta tan negra que parecía absorber la luz circundante, descansaba el Necrosophicum. Parecía haber sido tintado con sangre. Lucía un tono oscuro que alguna vez fue rojo. Las esquinas eran de metal labrado que formaban dibujos extraños, llevaba inscripciones que invitaban a reflexionar sobre los misterios de la muerte y del más allá. Dan, quien lo había conseguido en una subasta llena de coleccionistas de lo macabro, solía decir que era su "manual para conversaciones profundas con sombras".
El señor Martin volvió a deleitarse abriendo el Necrosophicum, su eterno olor a historia de sabiduría conseguía animarle en sus noches oscuras. Gracias a él consiguió ganar su primer millón. Era un cúmulo de virtudes ocultas. Libros que acumulaban siglos y siglos de sabiduría, libro escritos por mujeres malditas que se hacían pasar por hombres para no ser parias, inadaptadas sociales, brujas. Mujeres cuyo único pecado fue su insaciable sed de conocimiento. Mujeres que, para huir de todas las injurias y vejaciones hubieran pactado con el diablo sin el más mínimo atisbo de temor, resquicio de duda, espacio para el arrepentimiento. Fórmulas ancestrales que habían pasado inadvertidas a todas las miradas que se posaron en ellas por su sencillez. Ese olor era potente para él, el olor del poder. La grandeza de lo simple, tan obvio a la vista que nadie le daba importancia, porque no hay mayor mediocridad que estar ante la grandeza y no percibirla.
Nuevamente, la imagen de Nayua con los vaqueros que él se atrevió a ponerle asaltó su pensamiento y, nuevamente, se deshizo de ellos. Al mirar abajo, sin saber cómo había llegado allí, se encontró con una prominente erección.
Así, retomó su deleite por lo misterioso de los libros malditos. Siempre pensó que lo maldito era una especie de sentencia de muerte para aquellas personas que habían nacido para acatar órdenes, pero él era lobo entre corderos. Cada tomo en el escritorio de Dan era un testamento de su pasión por lo extraordinario: desde la misteriosa historia de los dragones y los oscuros secretos de magia negra del Melathanatos, hasta las páginas provocadoras y sensuales del Anandalila, el más antiguo de los libros dedicados al placer. Su colección era una amalgama perfecta de historia, misterio y un toque de humor que desafiaba lo ordinario. Este último volumen destacaba por sus tonos oro sobre rojo carmesí. El Anandalila era un compendio de poesía y arte en sánscrito dedicado al amor y la sensualidad. Sus páginas, más suaves al tacto de lo que uno esperaría, estaban llenas de delicadas ilustraciones a todo color y versos que celebraban el placer y la conexión humana, no solo en la dimensión carnal sino la espiritual: el orgasmo del alma. Dan solía referirse a Anandalila como un respiro luminoso y alegre entre sus estudios más sombríos, un recordatorio de que la vida no era solo un montón de misterios por resolver, sino también momentos de alegría y belleza para ser vividos. En la colección del empresario, cada libro era un reflejo de la complejidad de la vida, una danza entre la luz y la oscuridad, el conocimiento, el poder y el placer.
Abrió la portada de terciopelo rojo y esquinas doradas y notó la extrema suavidad de sus páginas. El impulso fue tan profundo que casi arranca la hoja que estaba palpando. La imagen de Nayua bocabajo sobre esa misma mesa y él en éxtasis sobre ella casi provoca el desastre de manchar aquel valiosísimo libro.
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Mi sueño en tu boca
RomansaCuando la vida de miles de personas depende de que una experta lingüista traduzca el manuscrito de Voynich, jamás descifrado, la popularidad pondrá en peligro su propia vida. Pero si, además, se convierte en la obsesión de quien provoca dicho peligr...