En el piso, la mañana avanzaba con una pereza inusual, arrastrando consigo el resplandor tardío del sol a través de las cortinas deshilachadas. El reloj marcaba las 10, pero el tiempo parecía una mera anécdota ante la quietud que lo envolvía todo.
Nayua, sentada en un sillón que protestaba como un adolescente a la hora de la ducha, contemplaba cómo el polvo danzaba en los rayos de luz que se colaban por la ventana, cada partícula un pequeño mundo en suspensión. Hunter, con la mirada perdida en el desconchado de la pared, parecía sumergido en pensamientos profundos, en un mar de recuerdos y conjeturas. Jon, apoyado contra el marco de la puerta, fumaba con la tranquilidad de quien se ha enfrentado a demasiados amaneceres inciertos. El humo de su cigarrillo dibujaba espirales caprichosas en el aire, desvaneciéndose antes de contar su historia completa.
El apartamento, un refugio improvisado y efímero, guardaba el eco de la noche pasada, de las palabras no dichas y las verdades a medias. En cada rincón, en cada sombra, se escondían los secretos y las decisiones que pronto deberían enfrentar.
—Bueno ¿quién empieza? —dijo Nayua rompiendo aquel silencio con cara de inmortal con la pedrada de la mortalidad.
Jon y Hunter se miraron. El cruce de miradas fue desequilibrado. Mientras Hunter intentaba apagar su fuego interno con racionalidad y autocontrol, Alexei dejaba salir a su Jon más desbocado, el que le hacía feliz, con el que sentía paz y no juez.
—Venga, empiezo yo. Veo, veo...
Hunter, que recordaba más a Alexei que a Jon, negaba con la cabeza esa faceta desconocida de quien fue su mentor, el mejor soldado de Eva, su mejor amigo. Su único amigo de verdad.
—Qué hostia tienes... —susurró Hunter.
—¿Te estás riendo de mí? ¿Encima? —preguntó Nayua indignada. Hunter la miraba disimulando, serio, expectante.
—Mujer, es para quitarle hierro al asunto. No quiero reírme de ti, quiero que te rías conmigo, como antes. Como siempre —añadió Jon.
—No eres como siempre, eres otro —contestó la profesora.
—Soy yo, Jon, solo que había una parte de mí que no te he contado ¿por qué te resulta tan difícil de entender? —dijo Jon con un tono más serio y sincero.
—Porque cuando estaba en peligro tú te hacías la maricona loca —se indignó.
—Estaba cuidando de ti, Nayua... —susurró entre silencios—, solo que no podía decírtelo.
—Y lo hacía muy bien, se las ingenió para que no pudiera reconocerlo ni cuando lo dejé sin sentido en tu coche —añadió Hunter mirándola penetrante a los ojos.
—Soy Omega —confesó, por fin, Jon—, y después de decirte esto, te tendría que liquidar. Pero como ya hay otros que lo están intentando, no te lo tendré en cuenta —dijo esa mezcla extraña de Jon y Alexei.
—Omequé...?
—Omega es el cuerpo de élite de la CNI —concluyó Hunter sintiendo la necesidad de acercarse para contarle todos sus secretos, los reales y, si no existieran, los inventados.
—Es una unidad secreta y solo hay 8 agentes... —añadió Alexei recordando que siempre eran 8, solo 8 mientras observaba su propio tatuaje en la muñeca con la letra omega que contenía el símbolo del infinito.
—Solo reclutan a militares pasados de vuelta, huérfanos en zonas del planeta donde son o malditos o escoria, y todo tipo de personajes que no tienen nada que perder —continuó Hunter, intentando recobrar el sentido común y dejando a un lado sus fantasías.
—Y mariconas locas —sonrió Jon.
—¿Quién eres? ¿Quiénes sois? —consiguió articular Nayua, por primera vez, temerosa, con un miedo incipiente del que no había tenido consciencia nunca, miedo a perder la capacidad de confiar en los demás.
—A mí me reclutó el cuerpo Omega cuando escapaba de un orfanato —levantó la mano Jon Alexei.
—A mí me echaron de la Legión y después de la Guardia Civil... —dijo Hunter.
—Y del Mosad —añadió Jon—. Y el MI6 no lo reclutó porque no encajaba con su modelo de acción.
—Soy muy poco british —y Hunter, por primera vez, sonrió.
—Es muy poco british —dijo Jon acompañando en la sonrisa a su amigo.
—¿Y por qué Omega manda a dos para secuestrarme? No lo entiendo —pensó en voz alta Nayua.
—Hunter ya no es de Omega.
Se hizo el silencio. Nayua miraba a Hunter y él se empezaba a intranquilizar intentando adivinar qué quería decir esa mirada.
—¿Es de Rolex? —preguntó la lingüista con impaciencia, bajando la mirada.
—Voy por mi cuenta y riesgo —contestó Hunter.
—Mercenario... —susurró Nayua dándole sentido a todo.
—Autónomo —añadió Jon con su sonrisa socarrona.
—Bueno, esperanzada en poder escapar de este señor tan pesado y ahora resulta que va a tener que empezar a caerme bien. Pobre... Autónomo... Y tú... Tú me caías bien, ahora has empezado a caerme mal. Ya hace rato —dijo Nayua queriéndose reír de todo, como siempre, con todo el miedo del mundo en su interior, como nunca.
—Sin embargo, hay un detalle que ni Omega conoce —comenzó a desenfundar Jon.
Deslizó sobre la mesa un rollo de cuero flexible y desgastado por el tiempo. Lo desenrolló y mostró su preciado tesoro: con una escritura incomprensible para todos menos para Nayua, pero visiblemente antigua.
—Esto es parte de un desplegable del Manuscrito Voynich.
—No quiero saber cómo lo has conseguido —dijo Hunter.
—Démosle las gracias a tu amigo Dan —añadió Jon mirando a Nayua.
Nayua y Hunter se inclinaron para mirar, sus ojos reflejando una mezcla de curiosidad y cautela. Hunter comenzó a sentir una arrebatada sensación de nerviosismo en distancias cortas con aquel irreverente ejemplar de ser humano en femenino.
—¿Por qué tienes esa página del Voynich? No está en el original ¿Qué tiene que ver ese señor? —preguntó la mujer con la voz teñida de incertidumbre.
Jon cerró la caja lentamente, eligiendo sus palabras con cuidado para no ser de nuevo atacado por una somanta de preguntas nayuísticas, pero sin intención de revelar nada más por el bien de todos.
—Solo que nuestras acciones están influenciadas por hilos que se remontan mucho más atrás de lo que imagináis. Y que hay jugadores en este tablero que operan desde intereses creados a lo largo de toda la Historia de la humanidad.
—No jodas... —dijo Hunter bajando la cabeza y negando mientras se pasaba los dedos por el entrecejo con poco éxito de relajación.
—¿Es que no sabéis hablar mi idioma? ¿Hola? Hablo español, con el acertijolanguage me pierdo —preguntó Nayua, en su tónica, riéndose para no esconderse en su escudo.
—Nadie lo diría —susurró Hunter.
—No estoy de broma —espetó la lingüista.
—No lo parece —añadió el mercenario susurrando.
—Lo que sí parece es que sea una realidad paralela la que estamos viviendo, pero ya te toparás de narices con la de verdad —dijo ligeramente alterada.
—No. Más bien ya hemos topado, un clásico. Con la iglesia hemos topado...
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Mi sueño en tu boca
RomanceCuando la vida de miles de personas depende de que una experta lingüista traduzca el manuscrito de Voynich, jamás descifrado, la popularidad pondrá en peligro su propia vida. Pero si, además, se convierte en la obsesión de quien provoca dicho peligr...