4. Hunter

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-Me van a matar a mí también -susurró Jon mientras buscaba disimuladamente a Nayua en el hall del hotel.

-¿Necesita alguna cosa, señor? -le preguntó un botones que lo notó desnortado- ¿Es usted cliente del hotel?

-Jesús, qué susto... -se alertó Jon pensando enemigo todo lo que respirara o moviera, mucho más si hablaba.

-Disculpe el señor, no era mi intención... -se excusó el botones, educado y guapo por definición.

Jon se puso tan nervioso con aquel morenazo que al retroceder un paso chocó de espalda con un joven. El botones intentó ayudar, Jon ya estaba vuelto de espaldas pidiendo disculpas, se volvió de repente sin mirar, nuevo tropiezo, cercanía excesiva del trío. Todos al suelo. Escenas de los hermanos Max eran menos cómicas.

Jon se incorporó de un salto, se recolocó la ropa sonriendo, más rojo que Trump en bicicleta. Después de recomponerse su perfecta melena rubia, de estirarse la chaqueta de lino celeste, disimuló metiendo las manos en los bolsillos de unos chinos marrones perfectamente combinados con sus mocasines. Y ahí estaba, en uno de sus bolsillos, un pequeño papel doblado.

-¿Esto qué es? -volvió a susurrar y a disimular mientras lo abría para leerlo- Vaya..."Recórcholis, es la petarda de Nayua", pensó.

Suspiró y con paso certero se dirigió a la salida del hotel. Bajó los escalones con estilo, seductor, o eso creía él. Y se fue dirección norte, como dando un paseo desinteresado. Al llegar a la Farmacia de calle Princesa, entró, esperó su turno y pidió aspirinas. De regreso al hotel, se dirigió al parking y se montó en su Chrysler 300 negro mate.

-Esperaba un número de teléfono -dijo Jon ya conduciendo.

-A ver si te crees que todos los botones están loquitos por tus huesos -dijo Nayua agazapada en el asiento de atrás- ¿los has despistado?

-Y yo qué sé... Demonios, creo que me perseguía toda Madrid -se quejó Jon mientras fingía no hablar con nadie.

-A saber si esa impresión te la causaba el miedo o esa necesidad tuya de llamar la atención -dijo la profesora aún con la chaqueta robada puesta.

-Eres cruel y malvada -añadió su compañero-, pero de eso ya hablaremos.

-Es lo que más te gusta de mí.

-Petarda.

-Ya me quieres más que yo a ti.

-¿Estoy en peligro? ¿Qué has hecho? ¿Por qué te persiguen? ¿Qué vas a hacer? ¿A la Biblioteca Nacional... No querrás decir Policía Nacional? -disparó Jon notándose que iba a entrar en pánico de un momento a otro. Decidió bajar las ventanillas y que el aire le refrescara un poco.

-Seguramente me estén siguiendo, será mejor que seas tú quien recupere mis cosas de la taquilla, te dejo la llave en el portaobjetos -informó mientras dejaba una tarjeta magnética entremedio de los asientos delanteros.

Conforme se acercaban a la Biblioteca Nacional, Jon se percató de que en la entrada había dos hombres sospechosos. Uno con unos vaqueros ajustados al que no le hubiera dicho que no en una noche de desenfreno. Además, le encantaba Metallica. Dio la vuelta con el coche, como queriendo cazar aparcamiento en una complicada Madrid, y se alejó un mínimo para perderlos de vista. Cuando se hubo alejado lo suficiente, Nayua se incorporó, recogió del suelo del coche uno de sus zapatos y, entonces, escuchó que algo frío le hablaba.

-Baja despacio y sin mover un músculo -le dijo una Magnum en la sien a lo Clint Eastwood.

-¿Y cómo pretende que me mueva sin moverme? -contestó la profesora paralizada sin ver más que el metal del arma parcialmente.

—¡Hiiiiiiii! —gritó Jon al ver lo que estaba ocurriendo, tapándose la cabeza con las manos y los brazos como pudo.

De un culatazo, Jon Dagger dejó de gritar. De un empellón medido al milímetro, Nayua estaba fuera del coche sobre el capó. Técnicamente perfecto.

-¿Quién es usted? -preguntó Nayua con muchas más preguntas en el tintero.

-Más bien deberías preguntar quién eres tú -dijo una voz ronca poco acostumbrada a responder preguntas.

-Sé muy bien quién soy -se indignó la investigadora viendo solo unos antebrazos torneados de gimnasio, sin estridencias.

-Sí. Mi presa.

Mi sueño en tu bocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora