30. Uno

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Tras una espectacular fachada plateresca, una escalinata renacentista de piedra de una belleza ancestral que solo el gran maestro del tiempo sabe esculpir, la Escalera del Conocimiento, llevaba a la una de las maravillas del mundo de la lectura, la Biblioteca General Histórica, la más antigua de Europa. Aquel templo de las letras con olor a profunda sabiduría era una de las preferidas del señor Martin y en él pasaba horas y horas de su tiempo libre. La majestuosa biblioteca de techos abovedados invitaba a la lectura por la mezcla perfecta de luz artificial y la luz natural que los grandes ventanales permitían entrar a gran altura, para no dañar los volúmenes con la luz directa del sol. 

Iba vestido y peinado casual, con unos náuticos hiper flexibles que amortiguaban los pasos tan eficazmente que pareciera una muestra de respeto silencioso a aquel santuario del conocimiento. Distraído con las maravillas de la biblioteca, parecía inmune a las miradas que perseguían sus pasos. Una investigadora de la universidad observaba absorta todos y cada uno de los movimientos del empresario; toda una maestra de la maniobra del reojo. Alentada por la sensación de no sentirse fiscalizada en su curiosidad, levantó la cabeza y miró abiertamente a Dan por detrás. Su espalda ancha, sus brazos torneados debajo de su camisa remangada, su perfecto trasero... Sin previo aviso, Dan giró 180º como si fuera un paso de baile, sosteniendo un volumen en sus manos y levantó la vista justo para clavarla en los ojos de su inquisidora. Aquellos ojos grises tan impactantes rodeado de oscuras pestañas eran como mirar al ojo de Sauron. El rubor no se hizo esperar. Un sofoco colosal provocó una escalada de torpezas por parte de la investigadora, que acabó con ella cubriendo su flanco tras un montón de libros en la trayectoria de la mirada: la perfecta trinchera.

Dan se encontraba sentado al lado de la gran esfera del mundo, un globo terráqueo que destacaba por tamaño entre los demás. Entre muchos otros libros, más de 3.000 manuscritos y 500 incunables, aquel santuario de tinta y papel mostraba generoso sus tesoros al público. Pero Dan era un público especial. Llegada la hora de cierre, el empresario podía permanecer allí indefinidamente. Observaba como una pantera satisfecha en la rama de un árbol. Era casi la hora del cierre y solo quedaban una profesora y dos estudiantes de tesis. Cuando el último lector se hubo marchado y se quedó en la más completa de las soledades, sin más vigilancia que las cámaras, se retrepó mínimamente en una de las antiguas sillas donde estaba sentado, se estiró y se levantó con la elegancia de quien se sabe el dueño del mundo. Por lo menos, uno de ellos. Era su momento. Paseó, curioseó y cuando estimó oportuno volvió a su sitio, cuidadosamente escogido en un ángulo muerto donde las cámaras no podían captar ni media. Una vez allí, abrió el incunable la Cosmographia de Pomponio Mela y ojeó distraídamente el contenido, un compendio de aproximaciones geográficas con cierta imprecisión de las antiguas Hispania, Galia, Germania, África, Asia, Britania y Arabia. Depositó la brújula en una de las láminas y la abrió. La brújula detuvo su flecha apuntando a un lugar, dio unas coordenadas, otros datos aparentemente sin sentido  y una palabra: BRUJA.

De repente, una llamada inesperada interrumpió su silencioso descubrimiento. El tono de su teléfono, habitualmente un detalle menor en su rutina, resonó en el vasto silencio de la biblioteca como un trueno en un cielo despejado.

Dan, vestido informal en tonos celestes y beis, extrajo su móvil del bolsillo con una mezcla de irritación y curiosidad. La pantalla mostraba un número desconocido, una anomalía en su mundo meticulosamente controlado. Respondió con un tono neutro, ocultando su sorpresa.

—¿Sí?

—Esperando órdenes —se oyó al otro lado a una mujer.

—No tienes permiso para llamar —indicó el empresario.

—El horario pactado no ha sido cumplido, el objetivo está en marcha y no hay margen de maniobra —continuó explicando la mujer.

—Olvidas con quien hablas —le regañó tranquilamente.

—Soy consciente de su control de la situación, pero mi obligación es mantener el contacto cuando este falla y...

—No ha fallado —interrumpió Dan.

—En todo caso, sigo esperando instrucciones —concluyó la mujer en un tira y afloja en el que se sabía en desventaja.

—Te las mandaré cuando estime oportuno —dijo Dan dando el tema por zanjado y colgando el teléfono.

Abrió la carpeta de imágenes del móvil y, dentro de ella, una carpeta escondida. Entró y abrió una foto concreta que aumentó hasta quedarse en primer plano un tatuaje de triskel. Lo observó, bloqueó la pantalla con la imagen y pasó los dedos, como intentando capturar la textura del roce de su piel. Después, su pelo, después, sus ojos. Por último, su boca.

Cerró la carpeta y abrió la cámara. Sacó una foto de la brújula con la información que lanzaba el holograma. Cuando comprobó que era lo suficientemente nítida, lanzó la imagen adjunta en un mensaje. 

En la otra punta de España, en Sevilla, una mujer que acababa de recibir un cuelgue de teléfono como respuesta para todo recibió un mensaje con una foto donde rezaba, como quien grita alto y claro, BRUJA, tras el anunció de que una vez visualizado, se borraría.

—Vaya, vaya, vaya... Con la iglesia hemos topado.

Inmediatamente después, sin cerrar el programa de mensajería, hizo una foto con otro móvil sin datos ni wifi activos. Abandonó su móvil y se fue a dar un largo paseo. Un par de kilómetros después, reenvió el mensaje desde un móvil robado que destruyó una vez se confirmó el envío. Clavar en el dispositivo un tacón de aguja de titanio fue más que eficaz.

Mientras el día se despedía  de Madrid como si fueran amantes, el atardecer se iba vistiendo con la elegancia del carmesí y el ámbar.  Los edificios, testigos silenciosos de la historia, de todas las historias, se erguían como figuras recortadas en un mundo que se desvanecía entre colores oro y sangre. El aire, aún tibio del calor del día, comenzaba a entrelazarse con la frescura emergente del anochecer, creando un abrazo que acunaba la ciudad en un estado de serena transición.

En este escenario, un mensaje inesperado vibró en el silencio del crepúsculo.

Bip, bip

—Te ha entrado un mensaje, Jon.

Mi sueño en tu bocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora