Nayua se había levantado desaforada. Ajena a los buenos días que le brindaba la mañana, ni siquiera era rehén de los efectos aún patentes de la droga.
-Era lo mejor, así hemos descansado los dos -dijo aquel hombre enigmático mientras le ofrecía un café en taza de lata.
-¿Qué le he hecho? No me he metido con usted, no le he incordiado, ni sin querer ni queriendo ¿qué hago yo aquí? ¿No ve lo injusto que es todo esto para mí? ¿Me queréis dejar en paz de una vez? Arreglad vuestros líos sin meter por medio a gente inocente ¡coño! -gritó desesperada, aún adormecida, pero tremendamente irritada de poder volver a ser dueña de sí misma para nada.
-¿Eres inocente? -preguntó mientras mantenía el ofrecimiento del café con el brazo extendido.
-¿Qué? -preguntó intentando disimular un bostezo poco oportuno, posiblemente residuo de la droga que la tumbó.
-Acabas de decirlo -añadió Hunter.
Nayua se quedó pensativa. Había pasado de 100 a 0 en un plis plas. Al revés que un Ferrari. No sabía a qué se refería. ¿Alguien había cometido algún delito? Se sintió insegura, quizás alguien le había cargado con el muerto de algo. Pero no podía ser, ella no había hecho nada. Observó el café humeante, olía bien, era una buena opción para estar alerta, así que lo aceptó.
-Sí -contestó firme mientras sujetaba la taza de café entre las manos, devorando su aroma incluso antes de probarlo.
-¿Estás segura? -Hunter continuó interrogando a su prisionera, inquisidor.
Ella no dijo nada, con la mirada dibujando interrogante, se acercó la taza a los labios sin dejar de mirar al hombre.
-Entonces serás la primera persona de la Creación que no tendrá que hacer penitencia en el Juicio Final -dijo mientras algo parecido a una sonrisa se dibujaba levemente en su boca.
"Vaya, parece que se ha levantado de buen humor". Nayua no sabía si eso era bueno o malo. ¿Quería decir que iba a tolerar mejor sus salidas de tono? No podía hacer nada, era su forma de ser, demasiado que le había costado toda su vida acostumbrarse a así misma, pero claro, que se lo expliquen a un matón. Entonces comenzó a ponerse blanca ¿y si la había drogado para algo más que descansar ambos?
-No te preocupes, no ha pasado nada -oyó decir a Hunter.
Perpleja, no pudo reprimir el gesto de abrir los ojos desorbitadamente. Miró hacia atrás como queriendo encontrar al apuntador que le había leído la mente y se lo había susurrado a la oreja a aquel desconcertante hombre, mitad ogro secuestrador mitad... No, no iba a admitir que en el fondo le parecía que podía fiarse de él. Era odioso.
-Nadie es inocente al 100% -añadió el mercenario dándole un trago largo y calmado para saborear el café.
-En este caso sí, no he hecho nada y, aún así, sigo siendo víctima de los caprichos de los demás -dijo Nayua con un tono más amargo que el propio café que estaban bebiendo.
-No me interesa qué tratos tengas con el gringo, pero me debe dinero por un encargo que cumplí y no pagó. Así que deshago el trabajo y listo.
-¡No puedes deshacer el trabajo! -y Nayua empezó a desesperarse de nuevo- ¿Qué vas a hacer? ¿Desecuestrarme? Pero si lo has vuelto a hacer. ¿Es que esto es un juego?
-¿Un juego? ¿Te parece esto la Ruleta del Secuestro? -preguntó Hunter empezando a impacientarse por primera vez, dejando la taza de café sobre la mesa y acercándose a una Nayua que ahora cambiaba a color rojo.
Nayua se debatía entre estar muy enfadada o muy asustada. Eso sí, término medio, ninguno. Entre los nervios, el sentimiento de orfandad que deja una injusticia y la falsa sensación de calma que precede a la tempestad, con la neurona seducida por un café malo para perro, se envalentonó sin darse cuenta. A cada contrariedad en la discusión, daba un paso al frente. Cuando quiso darse cuenta, estaba tan cerca de Hunter que ya se estaba arrepintiendo de sus arranques bipolares. Él también se notaba más alterado de lo normal, acostumbrado a mantener el temple, esa mujer había conseguido sacarle de sus casillas.
-¿Qué derecho tienes a mantenerme aquí retenida en contra de mi voluntad? -preguntó indignada, con sentimiento- No soy un objeto, soy un ser humano, una mujer.
Hunter la observó, estaba tan cerca que podría haber notado su presencia con los ojos cerrados. Su olor le embaucaba. Cuando se dio cuenta la tenía agarrada del brazo, había sido un gesto intuitivo, y ella estaba visiblemente alterada pero con una mirada que, por primera vez, no acertaba a descifrar si era negativa o, quizás, de necesidad de adentrarse en el mismo mar que el navegaba. Podía oler su aliento a café. El café, ese brebaje tan necesario para funcionar por las mañanas, con olor embriagador y sabor con carácter, como aquella mujer.
Entonces, un estruendo como un volcán que dispara piedras cuando entra en erupción interrumpió en la guarida de Hunter.
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Mi sueño en tu boca
RomanceCuando la vida de miles de personas depende de que una experta lingüista traduzca el manuscrito de Voynich, jamás descifrado, la popularidad pondrá en peligro su propia vida. Pero si, además, se convierte en la obsesión de quien provoca dicho peligr...