6. Plan B

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Aguardando la llegada del plan b, Dan se asomó a la terraza observando cómo el sol arañaba el cielo en el atardecer, intentando no sucumbir a la tenue belleza de la inminente luna.

-Kim, ¿qué hora es? -preguntó a la nada mientras seguía con la mirada perdida en el horizonte.

-Son las 20:35, casi tres horas después del minuto 0 -respondió su reloj inteligente.

-Pues entonces estamos a punto -sonrió dejando la copa sobre la mesita de hierro forjado y cristal de la terraza, luego cogió el móvil del trabajo para mirar los últimos movimientos de su conglomerado de empresas.

El empresario había diversificado el negocio, ampliando al sector inmobiliario. Nunca compraba una propiedad en las capitales, siempre optaba por invertir en zonas que, por regla general, acababan revalorizándose muy por encima de lo esperado. Fácil. Quizás porque el efecto de revalorización dependía de que se corriera la voz de que era él quien había comprado los terrenos. Solo buscaba comprar y vender con rapidez, obtener el máximo beneficio, pero sin grandes desembolsos por los terrenos. Solía comprar parcelas y terrenos baratos para construir apartamentos mucho mejores que los de la competencia, pero por el mismo precio. Él los diseñaba, eran grandes y bien equipados en zonas poco valoradas, al obtener los terrenos a bajo precio podía invertir mejor en la construcción. Se los quitaban de las manos. Muchos clientes contentos, buen funcionamiento del boca a boca, ninguna inversión en publicidad. Gran fama de constructor con visión de futuro. "El visionario del ladrillo" lo llamaban en los medios. Se jactaba de no haber construido jamás un dormitorio más pequeño de 9 metros cuadrados, algo inconcebible para los constructores tradicionales, que las construían incluso de la mitad.

-Disculpe, señor, ya han llegado -dijo su secretario personal, con las manos en la espalda, mientras  con los dedos acariciaba un suave pañuelo de seda morada para desestresarse.

Dan se dio la vuelta y saludó a las 10 personas de pie enfrente de él.

-Pol, Fran -dijo mientras inclinaba la cabeza al pronunciar cada nombre-, los demás os podéis retirar. Gracias.

Un tropel de 6 mercenarios vestidos de paisano saludaron militarmente y se retiraron por donde habían venido.

Pol se adelantó empujando lo que parecían dos rehenes atados con bridas. Les quitó la capucha que les impedía ver y las guardó en un bolsillo.

-Nayua y Hunter, señor -dijo mientras le entregaba un pequeño móvil plegable y daba un paso atrás.

Hunter dejó escapar una mueca de desdén, resoplando levemente. Nayua se rascó la cara con el hombro y el codo con la cadera, intentando que los picores nerviosos la dejaran en paz. Al ver al lado de quien estaba, en un gesto de defensa, se retiró lo que pudo de Hunter. Dan se dirigió hacia ella, que veía lobos dispuestos a merendársela por todos lados y no sabía dónde prestar atención. Sin embargo, el empresario fue a Hunter a quien habló.

-No, ese no era el trato y puesto que lo has roto, espero que entiendas que no te voy a pagar -dijo mientras se sacaba un papel que mostró a Hunter.

-Ya había asumido que no me iba a pagar en la llamada telefónica, se podía haber ahorrado la explicación -dijo mientras engurruñaba los ojos leyendo el papel, un documento de banco, fake o no, que no dejaba lugar a dudas de que el dinero no había llegado por un error informático.

Dan no dejaba de mirar a Nayua mientras hablaba con Hunter, como si quisiera memorizar todos y cada uno de sus rasgos.

-Lleváoslo -ordenó a sus hombres mientras colocaba de vuelta minuciosamente el móvil en la preciosa caja de ébano, marfil e incrustaciones, de vuelta a la caja fuerte.

Ya solos en el ático, el mecenas indicó con un gesto a Nayua que tomara asiento en un sofá de piel de casi cinco metros. Al bajar, el aire levantó la mini falda de la profesora moviéndola de una forma bastante ridícula, las tablas se agitaron como una lengua burlona. Ella juntó las rodillas y los pies quedaron mirando hacia dentro con una pose aún más ridícula.

-Me vas a explicar con pelos y señales... -comenzó a exigirle a aquella exótica mujer.

-Me parece que no -cortó la conversación más nerviosa que desafiante, consciente de que si soltaba prenda, estaba perdida.

-Kim, ¿qué hora es? -preguntó de nuevo, esta vez con la mirada clavada en la mujer que tenía delante.

-Es la hora.

Mi sueño en tu bocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora