11. Estrellas

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La luz de la noche la brillaban las estrellas. La luna, remolona, se escondía como adolescente de resaca y la brisa había amainado como la calma reaparece después de la tormenta. Hunter había desconectado la geolocalización y volaba a ojo por una zona que conocía como la palma de su mano. Cada torreta de electricidad, cada tejado, cada obstáculo aéreo. En las afueras de la ciudad, aterrizó el helicóptero-dron en un descampado cerca de un cementerio de coches. Les estaba esperando una furgoneta azul eléctrica destartalada muy alejada de la estética del Chrysler que había alquilado idéntico al de Nayua y Jon.

Estaba agotada, ya no sabía qué más podía depararle la noche, aun con los nervios a flor de piel el sueño la perseguía de cerca. Pero quería seguir alerta, debía seguir alerta. Si no había muerto ya es porque la querían viva. Si aquel hombre la había vuelto a secuestrar y no le había pegado un tiro es porque también la quería viva. Pero quererla viva no implicaba quererla sana y salva.

-Bájese y sígame -indicó Hunter a Nayua sin intención de volver a arrastrarla a ningún sitio.

-¿Dónde vamos? -inquirió sin estar segura de si iba a conseguir que aquella especie de mercenario le contestara.

Por un momento, pensó si en vez de militar podría ser asesino a sueldo, no iba uniformado al uso ¿y si estaba trabajando para alguien más que quería fastidiar al del ático? Podría matarla de forma retorcida para mandar algún tipo de mensaje macabro y por eso aún estaba viva. Era como una nota en la pantalla de una peli de terror. Había oído que cosas así pasaban en todas partes del mundo. Dios, estaba tan confundida y cansada de mantener el tipo como si no estuviera aterrada que ya no sabía si merecía le pena el esfuerzo.

-Zona franca -respondió para su sorpresa, y la volvió a coger como un saco de patatas.

-Oiga, espere... -protestó ella incómoda, pataleando y sintiéndose humillada.

-No repito las cosas -añadió.

La profesora se calló, pensó en que era cierto, no le había repetido a Dan lo del dinero, no era muy hablador, parecía que vendiera al peso las palabras. Algo extraño en una cultura en la que todo el mundo tiene algo que decir, aunque no le incumba o aunque desconozca de qué habla.

Entró en un almacén abandonado en el que se había habilitado el aparcamiento subterráneo como búnker. Solo una entrada y una salida hidráulicas perfectamente selladas con doble cámara y puertas herméticas que había que saber dónde estaban para encontrarlas desde el exterior. El suelo era una gruesa capa de hormigón que probablemente aguantara el impacto de un misil, por lo que podría gritar a pleno pulmón que nadie se enteraría.

-Y aquí es donde me descuartiza y me vende como comida para mascotas -susurró, resignada a tener que planificar con cuidado su huida.

-Depende de lo inteligente que seas -contestó Hunter, con un oído fino como el de un gato.

-Me doctoré en... -intentó contestar.

-He dicho inteligente, no burocrática.

-...Tres meses -terminó su frase, cabezota, con una actitud más defensiva que orgullosa.

Hunter la miró con cara de póker, suspiró, y la ató a buen recaudo.

-Las palabras no definen a las personas, solo los hechos -dijo el mercenario.

-¿Y qué quiera que haga para demostrárselo? -preguntó ella sin mucho interés en continuar el juego de palabras.

-Muy fácil, seguir viva hasta que haya terminado mi plan.

-Ya lo hago como rutina diaria -dijo Nayua.

-Pues no me obligue a cambiarle la rutina.

Mi sueño en tu bocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora